Remembranzas

Me acuerdo cuando era pequeña y mi papá me hacía cosquillas, reía sin parar. En el auto, a veces, me dejaba sentar adelante y me conversaba mucho, me acuerdo de que me hablaba de sus historias de infancia y juventud; me contaba que mi abuela le llevaba las onces a media mañana hasta la mitad del camino entre el colegio y la casa, se encontraban y se tomaba su leche con algún amasijo, quizá también con bocadillo.  Recuerdo que le gustaba mucho el bocadillo.

Me acuerdo cuando era más grande y me recogía en casa de mis amigas, le contaba un poco lo que habíamos hecho, pero él era prudente y no indagaba mucho, oía atentamente lo que le quisiera contar. Después, más grande aún, me acuerdo de que iba a buscarme a las fiestas, hacía recorrido dejando a mis amigos en sus casas, nunca me dio hora de llegada o recogida, solo me decía que lo llamara cuando me aburriera. A veces me aburría muy tarde.

Me acuerdo cuando estaba casi terminando la universidad y le dije que me iba de intercambio, me dijo que bueno, pero que mejor terminara la carrera y que me fuera después. Recuerdo que aceptó tranquilo cuando le dije que ya estaba todo listo, que me iba.  Recuerdo que aprendió a usar el computador con mi mamá para poder enviarme correos electrónicos. Me acuerdo su cara de ilusión cuando regresé, orgullo y alegría inmensa en una mirada cómplice.

Me acuerdo también cuando le conté que me había enamorado y me quería ir a conocer a ese amor del sur. Aún hoy veo su cara diciéndome que mejor esperara a que él viniera a verme. Insistí y me dijo que bueno que él no tenía problema en que fuera, pero que no tenía plata para darme, no esperaba que yo tuviera y que el viaje estuviera listo. Me acuerdo sus pocas palabras, pero sus mejores deseos cuando le conté que me iba a vivir a Chile. Me acuerdo su sorpresa cuando regresé sin avisar a pasar unas vacaciones. Recuerdo que vino enseguida en cuanto le dije que había llegado a la casa y que no había nadie; después del abrazo fuerte me preparó un café y no paraba de sonreír.

Me acuerdo de sus llamadas de larga distancia, me contaba sus planes, me contaba de la familia, siempre lo oía contento. Me acuerdo de la llamada del primer domingo de diciembre de 2002, cuando entusiasmado me contaba que ya tenía la casita de la finca lista, que me estaba esperando, que había quedado todo muy bien, pero que mi mamá se quejaba porque era más grande de lo inicialmente previsto, me decía con entusiasmo que faltaba muy poco para vernos.

Me acuerdo de la madrugada del 6 de diciembre de ese año, cerca de las 5:00 am, recuerdo que recibí una llamada en Santiago.  Estaba sola en el departamento porque mi esposo había salido a correr. Me acuerdo haber levantado el teléfono somnolienta. Recuerdo que al otro lado de la línea mi hermana me saludó. Me acuerdo que extrañada consulté por qué llamaba a esa hora, en Colombia era aún más temprano. Recuerdo que me dijo que mi papá había sufrido un infarto, que estaba solo y que lo invadió un malestar que empezó a ser insoportable y que en cuestión de minutos se escurrió. Recuerdo que mencionó que no logró atención médica. Así, sin atención oportuna, mi padre falleció.

Me acuerdo que incrédula, sola, oyendo la historia, me derrumbé. Me acuerdo de la sensación, no sabía qué hacer. Recuerdo que mi esposo regresó y, como siempre, me rescató. Recuerdo que arregló todo, cambió un pasaje que ya tenía comprado para un par de semanas adelante, me empacó algo de ropa y me acuerdo de que por primera vez se saltó todas las señales de tránsito para que alcanzara a abordar el vuelo. Recuerdo que estaban a punto de cerrar la puerta del avión cuando llegué, corrí como nunca, atravesé el aeropuerto sin detenerme, y me subí corriendo al avión, me instalé en la silla de la ventana de la última fila.  Me acuerdo del frío que me corrió por el cuerpo, un dolor en el estómago llegó precediendo el mareo que me acompañaría durante las casi seis horas del vuelo.

Recuerdo que aterrizamos, sentía calor, estaba un poco congestionada, la altura, la temperatura, todo. Me acuerdo de caminar procurando seguridad, intentando no caer mientras llegaba al lugar en el que me esperaba un amigo para llevarme al funeral. Recuerdo que la conversación en el auto no pudo ser, no salían las palabras. Me acuerdo de haber entrado a un salón repleto de gente en la que no me detuve. Me acuerdo de ir directo al ataúd. Tenía que verlo. Era cierto, ya no estaba con vida. Parecía dormido. Tenía la cara que recuerdo cuando en las mañanas, llegaba a despertarlo. Se fue. Nos dejó. Me dejó.

****

Consigna mundialista - "Me acuerdo"


Sucesos populares

Colectivo familiar

Sin rumbo fijo

―denota negación―