Azul profundo

Siendo un adolescente, Rafael cambió el color de su habitación. Decidió que las paredes claras no iban con su estilo, que por ese entonces era existencialista y lo sentía monótono. Cambiar de escenario surgió como una gran idea, interesante y sorprendente, pensó. De una amplia gama de colores se inclinó por el azul, pintaría sus paredes de azul profundo, así sentiría un poco de cielo, algo de mar, un horizonte menos deprimente.

La idea de que la vida pudiera no tener sentido, lo asaltaba a veces. Consideró que la posibilidad de quedar atrapado entre las paredes de su dormitorio estaba siempre al acecho y quería sobrevivir al menos rodeado de tonos diferentes.  Comenzó a pintar la pared frente a su cama… mientras avanzaba con la pintura era imposible no pensar en las conversaciones con algunos de sus amigos en incontables días aburridos en los que querían vidas magnificas, pero que veían reducidas a simples rutinas invariables.

Rafael era en extremo exigente y quería sobre todas las cosas una vida emocionante, llena de aventuras y descubrimientos, pero se sentía frustrado en su casa de siempre, en el pueblo de siempre. Terminó de pintar una pared, la otra, la de atrás, la del lado y el entusiasmo se apoderó de él, así que siguió con el techo. Estaba dentro de un cubo azul y se sintió feliz. Se durmió.

Al día siguiente, intrigado por entender la sensación qué le producía el color azul, exploró pintando el armario, a ver si seguía encontrando suerte y fortaleza. Resultó que sí, empezaba a recuperar la serenidad y a despojarse del aburrimiento.

El estado que su espíritu estaba alcanzando en medio del color, el temple, la manera como empezó a mirarse y a posicionarse ante la vida, lo impulsó a seguir.  Ahora no solo la infraestructura fija de su habitación era azul, sus muebles, incluso su cama, cambiaron la tonalidad, el azul no quedo exactamente igual, pero casi. Compró también una alfombra del mismo color y le encantó la sensación que surgió. Cada vez que Rafael salía con sus amigos les contaba los cambios y las conversaciones giraron hacía el color.

Rafael entraba a su habitación y empezaba a tararear canciones, descansaba como nunca, se sentaba a estudiar y sentía por fin que algo comenzaba a entender.  Quiso sus cuadernos azules, solo escribía con azul. Decidió cambiar su ropa también, azul todo, desde los calcetines hasta sus bufandas eran azules. Logró que sus padres le compraran un televisor azul, pintó cuadros azules, cruzaba la puerta y absolutamente todo era azul.

A Rafael la idea de gran espacio público empezó a incomodarle, quería estar en su habitación azul, cómoda y serena, disfrutada por él, le encantaba. Solo estaba feliz andando entre la gente cuando veía el azul. Jugaba, coqueteaba, lanzaba comentarios cuando veía el azul de su habitación. Muchas interacciones entre gente de azul. Rafael se enamoró por primera vez de una chica que vestía siempre de azul, y de repente se encontró en medio de la felicidad de vivir el vértigo de la multiplicidad de azules y quiso ser azul.

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Consigna mundialista - Color


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Sin rumbo fijo

―denota negación―