Deseo cumplido

Sali temprano como acostumbro entre semana. Tomé el ascensor para salir de la rutina, creo que me demoré más de lo habitual.  Prefiero mi ritmo en las escaleras, sin esperas, sin encuentros, directo a la salida. Pensando en los segundos demás que me tomó salir, me consumí en pensamientos de tiempo y espacio. En automático me despedí del portero, y mirando al suelo avance por el camino, pero sin conciencia del destino. Un recuerdo triste y cálido de infancia se atravesó en mi mente cuando un pájaro cantó fuerte muy cerca de mí.  No lo vi, pero sentí el sonido intenso a escasos metros. Sin darme cuenta me refugié en el pasado.

Mi mente emprendió un viaje a mis primeros años, aquella década dulce y divertida en la que concentrarme en el vuelo de las aves y el baile de las nubes era el plan favorito, sola me gustaba, acompañada era lo máximo, con mi papá no tenía comparación. También tuve destellos del placer maravilloso que me proporcionaban los desayunos coloridos y con taza de chocolate caliente los fines de semana. Así, entre desayunos y planes de infancia fui poco a poco recordando mis cumpleaños. Ensimismada por la ruta me transporté a la celebración de los seis años, felicidad total, había alcanzado la edad ideal, -al menos eso pensaba en ese entonces- por algún motivo creía que era lo suficientemente grande para algo de independencia, tenía los conocimientos indispensables para divertirme, ya sabía leer y hacer operaciones simples, hasta me sabía la tabla del seis, qué más podría necesitar! Era una niña grande.

Recordé el jardín de mi casa, la terraza, la fiesta con mantel tendido en el pasto, una torta con crema y una vajilla de plástico rosa que no me gustó nunca. Volvieron a mí las canciones de la época, Menudo era la banda sonora, ambientaba los mejores momentos, todavía me sé los éxitos y debí sonreír y cantar mientras seguía mi camino porque me crucé con alguien que me miró expectante, con curiosidad.  De las calles del barrio y los vecinos que me acompañaron en ese cumpleaños recuerdo poco, pero reírme a carcajadas en medio de la inocencia de la fiesta sí que está presente, la causa la desconozco. Alegre por el recuerdo de aquel día, cuando me acercaba a la estación para tomar el bus que me llevaría, como siempre, a la oficina, decidí cambiar el rumbo. Pensé que era mejor desayunar en el café del parque y después sí llegar a trabajar y eso hice. Me senté frente a la ventana, pedí un desayuno con chocolate, como en los viejos tiempos y me concentré en la gente que pasaba por la calle. Una familia de inmigrantes, papá, mamá, hija escolar y bebé de brazos se asomó al local, parecían haber pasado la noche en malas condiciones y no haber comido todavía. La niña me cautivó, como pude terminé mis platos, compré panes y un pastel pequeño y salí. Me acerqué a la familia, les entregué lo que había comprado, y la niña, de no más de 8 años, me miró con agradecimiento y emoción y dijo: “Qué bueno que se cumplió. Ese fue exacto mi deseo de cumpleaños”

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Consigna mundialista  - Siguiendo el final señalado

Sucesos populares

Colectivo familiar

Sin rumbo fijo

―denota negación―