Con notas de chocolate
El 31 de diciembre empezó con lluvia. Despertamos con un amanecer sombrío y pasado por agua. Caminamos un poco y llegamos a un parque enorme y desolado. Tomamos bus para hacer otro trayecto. Recorrimos un barrio, bueno, una callecita de diseño, tiendas y restaurantes, con una librería increíble. Creo que lo que más me gustó fue justo ese espacio enorme repleto de libros, viejos y nuevos, y discos. La posibilidad de pasar páginas, leer algunas, intentar entender el portugués que no resulta tan imposible escrito, encontrar poesía, ilustraciones, de todo como en botica, pero en un espacio fantástico que tenía incluso la imprenta allí mismo, al menos eso creo, porque parecía una fábrica allí dentro.
Probamos el pastel de bacalao, nos sorprendió y nos gustó.
Caminamos más hasta el mercado, time out Lisboa, pero huimos de los turistas y
escogimos un restaurante de comida asiática que nos encantó. Con pad thai
brindamos al ritmo de Abba, agradeciendo un bonito año y deseando lo mejor para
los meses venideros, pero esta oportunidad no pedimos milagros a las uvas.
Seguimos caminando hasta la plaza de comercio. Dimos vueltas, descansamos,
fuimos por café cerca del ascensor famoso. Estuvimos concentrados en la gente,
sus expresiones, emociones, sus ganas de tomarse una y mil fotos. Comimos
muffin de arándanos. Volvimos a la plaza cuando ya habían encendido las luces.
Nos tomamos fotos, canté y bailé un rato, con un DJ que estaba probando el
sonido para el espectáculo de medianoche. Un domingo que terminó sin tantas
expectativas, pero con ilusión por un nuevo año. Un día bonito y una gran
nochevieja que acabó a eso de las diez, luego de comer algunos chocolates con
menta, y en el que abrí el ojo a medianoche por la pólvora que invadió.