Todo eso y poco más

El mar me gusta siempre. Amo el azul infinito, el sonido de las olas, ese ir y venir que calma. Tal vez fue esa una razón más para haber disfrutado tanto el paseo. El mar, el río, el frío sol, la niebla, la brisa salina, los estuarios, definitivamente Porto y sus alrededores nos ofrecieron un escenario ideal para comenzar año. Pequeños y grandes miradores, paisajes, sonrisas, gentes de muchos lugares y culturas en un invierno suave con árboles deshojados, un poco de oscuridad y algo de frío, nada muy extremo.

Calles empinadas, interminables subidas y bajadas, casas de colores, barrios pastel, tiendas de todo y para todos. Muchos restaurantes y terrazas, mucha música, librerías, arte callejero, galerías, azulejos. Mercados, techos altos, escaleras irregulares, enormes puertas de madera, kilómetros de senderos para caminar al lado del río o del mar. Dados de helado, aromas de chocolate. El puente por arriba y por abajo.

El milagroso atardecer con matices rosa, violeta y naranja, increíblemente mágico. El amanecer bajo la niebla densa. Aquel martes que estuvo gris oscuro, dantesco, ese que pareció la antesala del apocalipsis. El viento que nos sacudió con violencia en uno de nuestros días de lluvia. Eso. Entre calles estrechas y empinadas, paredes manchadas por la humedad intensa o por los rayados ilegibles y sinsentido de los habitantes, transcurre la vida por esas tierras.

Entre hospitalidad, oferta de pescado fresco y seco, castañas humeantes que contaminan y amabilidad costera, así, así pasa la vida en ese lugar… así la vi y supongo que porque estuve de vacaciones…

Figueira da Fox. Lunes, 1 de enero. Salimos de Lisboa a media mañana. Conocimos una playa inmensa, inmensísima. Tuvimos calor. Tan fácil. A veces ser feliz es así.  Con ganas de eternizar el presente. Sencillo. Alegre. Ligero. 

Porto. Estuvimos en la estación Saõ Bento varias veces. También en el Mercado do Bolhao y pasamos muchas veces por la Capilla de las Almas, aunque solo entre una vez. Visitamos la Catedral. Paseamos por la Ribeira, cruzamos en un sentido y otro el puente Luis I. Anduvimos para arriba y para abajo por la calle de las flores y por Santa Catarina. Subimos por calles laberínticas y descubrimos rincones maravillosos. Mi favorita. Estuvo asombroso y fascinante.

Braga. Empezamos el recorrido en soledad, poco a poco llegaron los viajantes de todos lados. Subimos sin cansancio. Nos sumergimos en la niebla espesa al lado de un pequeño lago. Jugamos en un parque infantil. Respiramos verde y húmedo. Fue lindo.

Póvoa de Varzim. Recorrimos la playa en soledad, nos entretuvimos con los gatos, el joven “escaló”, comimos una hamburguesa titánica, tomé una sangría muy rica. Un plan sencillo.

Viana do Castelo. Un pueblo pesquero. Nos encontramos con un amigo de Pancho y su familia, almorzamos a manteles, pasamos por el puerto, recorrimos el centro del pueblo y subimos al monte Santa Lucía desde donde tuvimos una vista increíble. Estuvo genial.

Gaia. Justo en frente de Porto, al otro lado del río Duero, precisamente por donde la recorrimos bajo repentinas gotas de lluvia, con una calle llena de bodegas de vino, donde la especialidad es degustar el vino de Oporto, restaurantes, un mercado, o bueno, como una plaza de comidas y muchas terrazas. Muy entretenido.

Foz do Douro. Creo que es un barrio, uno lindo, con una costanera enorme. Un mar luminoso en el que se sentía la furia de las olas cerca al faro, uno de hace más de cien años, no muy alto. El golpe de las olas, la playa, caminar por el malecón, recorrer unas cuantas calles… eso fue, un plan de una tarde, pero uno que disfruté al cien. Fue estupendo.

Coimbra. Sin expectativa alguna hicimos parada allí cuando íbamos de regreso a Lisboa. Nos encontramos una ciudad bellísima, con un río espectacular por el que dimos un paseo fantástico. La zona universitaria es también increíble y la paz que encontramos nos recordó que los turistas son muy ruidosos y que es un placer conocer sin tanta gente cerca. Me pareció encantadora.

Recordaré, o quizá no y por eso mejor lo dejo por acá:

  • La pizza callejera de Belém.
  • Los enormes molinos de viento saliendo de Lisboa.
  • La música repetida una y mil veces en RFM. Amé el pop portugués, aunque no fue solo eso.
  • Los bizcochos y pasteles de esponjosa consistencia, con formas sofisticadas en los cientos de panaderías y pastelerías.
  • La mariscada con percebes y langosta incluidos en Tabaquina da linda en Viana do Castelo. El queso premiado y el vino verde blanco también allá.
  • Las varias historias perdidas que imaginé y olvidé en tantos puertos, iglesias y castillos, los mismos que parecen existir desde el inicio del tiempo.
  • Los mucho chino japoneses y franceses que nos cruzamos en Braga.
  • Las curiosidades kitsch en las ventanas de Figueira da Foz.
  • La forma ruda de conducir en las curvas dentro de la ciudad, solo ahí; y la pericia para atravesar vías por las qué hay que pasar raspando, calles chiquititas en las que se entra con mantequilla, para los conductores de la zona son un asunto más, nada de qué preocuparse.
  • Los clásicos de la vida doméstica: Las personas en la simplicidad de la cotidianidad extendiendo su ropa, hablando con los vecinos. Lo de la ropa en las ventanas podrá ser muy pintoresco y todo, pero bonito no es.
  • Las evacuaciones violentas y continuas de unos cuerpos al parecer intoxicados, que con valor y astucia se defendieron y recuperaron en la tarde del día de reyes, esa en la que me fui sola de exploración, esa en la que el todo el mundo salió a la calle. Los cafés, restaurantes, todo estaba repleto, parecía verano. Gente brindando, celebrando, riéndose porque sí… cantando en la calle.
  • La pasta casera, boloñesa y con pesto.
  • Los caminos cubiertos de hojas secas, el cielo muy azul y la extraordinaria calma de domingo en Coímbra.
  • Las áreas de servicio cada treinta kilómetros con todo para antojarse en el camino y un vino promedio, no tan malo.
  • El guateque en la calle de tiendas de lujo de Lisboa, puro glamur, pero muy buen ambiente, portugueses muy elegantes, sin ínfulas.
  • Los senderos para caminar cerca del agua en todos los pueblos que conocimos.
  • El pastel de nata de todos los tipos, tradicionales y postmodernos.
  • El pastel de bacalao con copa de vino: sencillo, tradicional y delicioso.
  • Las sonrisas al final de cada jornada porque tuvimos días muy especiales.
  • Las ganas de hablar que ocasionalmente invadían al joven, las ganas de hacer listas, películas, series, bandas, un poco de esto y otro tanto de aquello. La búsqueda reiterada de los mejores CD que comprar. Su emoción por los castillos.
  • Mis botas abandonadas. La chaqueta azul a la que se pasó a vivir Pancho y el riesgo de caída que le implicó el empedrado con lluvia.
Un comienzo de año agotador, pero maravilloso.


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