Enero y sus cosas
Todo cambia una vez más, un año más.
Días en los que el sol se fue más tarde y la ciudad se llenó de humo.
Arranque
prodigioso. Si bien
lo más singular, y sobre todo más significativo, cuando anduvimos de
vacaciones, estaba en el nivel histórico y cultural, y también arquitectónico y
natural de nuestro destino, lo cierto es que caminar juntos a diario, compartir
tiempo y espacio mientras nos íbamos sorprendiendo con cada cosa que veíamos,
fue lo que hizo estupendo el comienzo de año.
Memorable. La belleza de la naturaleza. La emoción de
contemplar amaneceres y atardeceres coloridos en estos días veraniegos en la
tierrita, el impacto de aquella tarde en Porto en la que el cielo mostró
majestuosamente muchos tonos antes de alcanzar la oscuridad, la sorpresa de la
neblina que emanaba del río, esa que se veía como un espejismo desde lejos y
dejaba ver los colores de las casas, haciendo que esos amarillos y rosados se
vieran particularmente especiales.
Pasos. Puedo decir, con orgullo y un poco de asombro,
que he caminado este mes más que cualquier otro en la vida. Me siento muy bien,
fenomenal. Pensé que 330 km estarían bien, pero resulta que por ahí pasó la
cuenta. Obvio el resultado obedece a los días de paseo y a los días cesante,
pero me gusta ver el número de pasos que logré. Aunque tuve días en los que,
como dicen por ahí, pase de misión imposible a misión cumplida, porque me costó
mucho el ascenso, me lo propusé y lo logré. Triunfos inesperados, pequeñas victorias
que me ponen contenta.
Dormir. En las horas de sueño también anduve bien, no
tanto como hubiese querido, pero no me quejo. He confirmado que lo mejor es
irse a la cama sin tener celu cerca. Me acuesto, cierro los ojos y me dejo
llevar por la noche, cuando no siento frío ni calor, me abandono y hasta el
otro día.
Huellas. La Navidad es espléndida, emotiva y bellísima,
la espectacularidad de la época y su luminosidad me encantan en diciembre, pero
es algo que realmente poco tolero en enero. Quisiera que todo adorno y toda luz
se deshicieran máximo el día de reyes. Pero, como es habitual ya, sobrevivimos
el mes con remanentes de árboles y rastros de una decoración que se resiste.
Quehaceres
culinarios. Huevos en
todas sus formas. Una delicia de preparaciones con las que innové durante mis
días de independencia y que enseñé después para repetir. El tomate, la
albahaca, el queso feta, todo agregaba sabor a un par de huevos que creo siguen
siendo mis favoritos en el desayuno.
Vuelve la
maratón laboral.
Regresaron las madrugadas, el tráfico caótico de esta urbe descomunal, la
rutina de los días normales, la fatigante historia de oficinas, universidades,
colegios. Parece que se instala un sinvivir de angustia en la última semana del
mes. Entra un agobio absurdo y todos corren, cambian las caras relajadas de los
primeros días del año. Es Bogotá de nuevo, la ciudad en la que se sufre y se
disfruta.
Largo. El verano ha durado mucho. Han cambiado los
colores, todo está amarillo, se han ido algunas flores, se están secando los
cultivos, las hojas caen de los árboles. El panorama en general toma matices
ocre, los aromas de la tierra también son otros, huele a sequía. La luz del sol
entra por la ventana y deja sombras por toda la casa.
Cosas que
quiero cumplir. Como
desistí de los propósitos en diciembre, por incumplimiento anticipado, he
decidido ir acomodándolos según se me ocurra. Tengo algunos poco precisos, como
cambiar la perspectiva sin complicaciones, dejar de ver las las cosas desde un
punto fijo, reír mucho y conocer nuevos lugares y personas; o lograr que casi
todo me importe poco. De momento voy bien. Pero también tengo otros concretos y
a largo plazo, superando incluso este año. El futuro no existe todavía y no lo
hará hasta que se haga presente, pero he imaginado que sí haré el camino de
Santiago, en 2025, cuando además vaya por mi grado de maestría. Me he puesto
ambiciosa, aunque por ahora no hay plan preciso ni determinado. Veremos.
Esto continúa. Que llegue febrero y sea amable, que nos regale algunas lluvias y que reverdezcan los campos.