Estar
A veces no necesito ni
quiero nada más. Me entretengo con la florescencia del jardín, sus secretos y
sus rebeldías. También con la compañía de las dogas y su emoción cuando vamos a
dar paseo hasta la puerta; es curioso, saltan y ladran como si no estuvieran
siempre al aire libre. Hay días así, en los que no quiero mucho más que
levantarme, desayunar, caminar descalza en el jardín, contemplar el verde
profundo en la mañana, la luz suave de la tarde y vivir. Días sin prisa, sin horario. Con frecuencia
pienso que mi vida ideal está en este pueblo.