Instantáneas de la calle

Lunes otra vez. Salir al mundo de nuevo. Ver la gente, los lugares, advertir también las sensaciones que llaman mi atención.  En medio de la ciudad, desde su centro neurálgico, identifico pequeñas cosas que me hacen feliz, sonidos que me gustan, el verde que brilla, una que otra sonrisa por ahí.

 

Las cosas parecen estar especialmente revueltas en estos tiempos, no se percibe mucho optimismo y en lugar de construir esperanza, veo muchos alimentando la tragedia. Pero empiezo semana omitiendo ruidos y fealdades del entorno, veré si me puedo concentrar en placeres cotidianos. Desde acá veo a un hombre junto a la puerta viendo cómo se fue la mañana y a una mujer gorda que sale apurada. Curioso, una calle por acá con casas que parecen de pueblo. Aparece un grupo de oficinistas dando vuelta, con ese paso lento que deja un almuerzo contundente y sobre todo, lento por la motivación que tienen del regreso a laborar… pasan por el andén.

 

No es mi barrio, son calles en las que casi nada me detengo. Veo las pocas casas y los edificios. Imagino a la gente que está allí, sus vidas, ojalá tranquilas. 


También miro hacia arriba, hay nubes, no se mueven muy rápido, hay ramas al viento, hay cientos de ventanas.  El placer está en poner atención plena a lo que veo, al café que tomo, a los sonidos que me llegan. Una sobremesa sin afán. Bueno y lo de levantar la mirada también tiene que ver con la papada que asoma, ahora la veo en todas las fotos y cuando no, mi hijo me la recuerda… los años, crecer, la gravedad… nada que ver con mi intención de concentrarme en lo que me hace feliz, vaya coherencia la mía.





Sucesos populares

Colectivo familiar

Sin rumbo fijo

―denota negación―