Dispersión
Lunes presencial, demasiado lunes para mí. Espero con
una infusión que hierve mientras decido entrar a la oficina. Preferiría estar
en mi casa, claro que sí.
Me entretengo viendo caras e imaginando historias.
Frente a mí un hombre de casi 50… eso calculo, mira su teléfono y echa la
cabeza hacia atrás, cierra los ojos y vuelve a la pantalla, tras un sorbo de su
taza mira hacia la calle. Guarda el teléfono, lo saca enseguida. Busco su
mirada, no me ve.
Que estuviese pensando vagamente en mensajes repletos
de besos y deseo, hizo que volvieran los profundos deseos de amar y ser amado,
las intenciones de tener sexo y de disfrutar de esas risas contagiosas y de las
cálidas caricias… nada más allá, pero quizá era todo. Porque cuando parecía
agotarse el asunto, surgía siempre algo, con cadencia, lento pero contundente.
El café, por ejemplo, aparecía como una escena casi erótica, un instante
seductor y un poco peligroso. Dudas, mil dudas invaden, todas oscuras. Y, sin
embargo, son parte de la vida, de esa que emociona y estremece…
Se acabó su bebida, se fue el protagonista, me dejó
sin historia. Me iré también.