Mosaico de martes

Rumbo al colegio. Caminamos, a veces voy más rápido, a veces me deja, pero por lo general vamos a la par. Comentamos lanzamientos de canciones los viernes, bueno, él cuenta y editorializa, yo oigo, pregunto y trato de entender sin éxito. Hablamos de sus profes o de sus compañeros de clase de cuando en vez y otras de mis colegas o de mis amigos. Hablamos bien y mal de algunos transeúntes que cruzamos y muy bien de caninos que pasan cerca. Nos quejamos del mal estado de los andenes, de la basura que vuela por ahí, del olor de los canales. Libramos algunas contiendas por mis formas y sus formas, por desentonar alguna canción, por mal pronunciar alguna palabra, por no recordar vocabulario enseñado, por acudir sin advertirlo a un pleonasmo común. Mi comportamiento subversivo musical lo enfurece, mi tono infantil ocasional lo avergüenza y la eventual destrucción gramatical lo devasta. No, así no se dice, pero claro que sí, cómo no percibes la desafinación, pues no la percibo. Y así hasta el infinito, hasta que llegamos al cole.

Trabajar. Es lo que hacemos, a veces sin cuestionarnos. La vida es exigente, pero también es maravillosa y en ocasiones quisiera no dedicar tanto tiempo a la labor... me gustan mucho más otras actividades. No me gusta la gente de afán, con cara de estar pensando en pendientes, correos sin responder, derechos de petición complicados, no me gusto cuando estoy así. Sin embargo, trato de encontrar gusto en lo que hago, unas veces me cuesta un montón, pero otras fluye sin inconveniente, como todo. ,

Caminar, acelerar, parar... oír mi cuerpo, pensar, recordar, imaginar la trama de una novela, el desenlace de un cuento, la idea principal de un ensayo, desenredar imágenes, enredar más la madeja. A veces siento y oigo mi corazón, otras solo percibo y escucho voces ajenas.



Sucesos populares

Colectivo familiar

Sin rumbo fijo

―denota negación―