Con voz propia
El
despertar abrupto. El abrazo a mi hijo. El sostenerme del brazo de mi esposo.
El pensar en mi mamá y en mi sister… y también en el ridículo de tener que
salir con los “outfit” de dormir. Así arrancó el día, sin tiempo para estirarme
en la cama, sin el instante para pensar en un minuto más. La alarma habitual
fue reemplazada por un reaccionar energético, en segundos se desvaneció la
sutileza del comienzo del día. Todo anduvo bien, sin miedo, pero pensando en
fragilidades… la tierra se manifestó, con su voz nos dio el buenos días.
La mañana
anduvo con voz quebrada, tensa, como entrecortada, quizá para ambientarme al
movimiento del amanecer… no sé a qué se debió, pero soné mal en la presentación
que hice… ignoré, no me detuve y rápido salí del asunto.
Tuve
después almuerzo de cumple. No me gusta mucho ir a la oficina, pero celebrar es
lo mío, así que sin dudarlo atravesé la ciudad para pasar un rato en compañía y
dar mis deseos en presencialidad. Estuvo divertido, brindamos con viche del
Chocó en la sobremesa… la tarde transcurrió entre la llovizna, el bullicio de
la oficina, los correos que responder y las distracciones de rigor cuando nos
encontramos todos. Esas, preciso esas, son las que le dan el impulso al
viernes. Un café por los alrededores, más distracciones y se acabó la jornada.
Pero fue
viernes cultural y el día terminó en el Colón, viendo El Perdón. Me conmoví con
cada paso, la música y las palabras de la obra me tocaron allí donde viven los
recuerdos. Condiciones muy diferentes, pero una pérdida intempestiva, un antes
y un después. Fuerte pero liberador.
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