Escenas en Alma

Este fin de semana, con festivo incluido, estuvimos en Tinjacá, Boyacá. Encontramos un hotel en medio de una montaña en el que nos desconectamos del apocalipsis turístico que se sentía en los alrededores... Villa de Leyva y Ráquira parecían haber reunido a media ciudad en sus plazas y calles.

Sin mucha expectativa descubrimos una especie de refugio espectacular, pacífico y magnético al mismo tiempo, con bonita vista y privacidad. Un hotel pequeño, construido adaptándose al paisaje, sin afectar el entorno y aprovechando el potencial natural. Un espacio ideal para descansar, leer, dormir y caminar entre arbustos con el sonido del agua cerca.

El sábado dormí profunda después de unos vinos. La habitación estuvo cómoda, muy agradable y con una temperatura perfecta. El domingo, con el aire aún frío de la mañana salí a dar vuelta y a ver desde la terraza. Parecía un territorio poco explorado, bosques frondosos y verdes no muy lejos y cerros semiáridos a la vista… la tranquilidad flotaba en el ambiente, la vida silvestre y el silencio protagonizaban. Pancho y Daniel seguían descansando a pierna suelta y yo ya estaba lista para arrancar la jornada, o sea, tan solo para pasear, estar juntos, descubrir algún tesoro por ahí. El hambre surgió muy temprano, como siempre, pero esperé paciente al desayuno previsto y estuvo deli, sencillo, pero muy sabroso. 

Partimos a explorar la zona, nos fuimos rumbo a una cascada escondida, pequeña, pero transparente y maravillosa. Recorrimos unos cuantos kilómetros dentro del hotel, encontrando piedras de todas las formas y colores y algunos fósiles. Mientras aprendíamos un tanto de esto y de aquello, avanzábamos sin saber muy bien por dónde regresaríamos. Como Daniel anticipó, no encontramos camino y tuvimos que volver por el mismo sendero, de nuevo fuimos a la cascada en busca de sombra, nos mojamos los pies con agua helada y permanecimos allí rescatando memorias. Así se nos escapó la mañana.

La tarde, después de un almuerzo no tan afortunado por los alrededores, optamos por buscar el postre en el hotel, unos merengues con yogurt griego y arándanos nos parecieron la sensación y disfrutamos del paisaje mientras caía el sol. Las flores de siempre revelan una belleza inesperada bajo la luz del final del día… me encanta verlas, libres al viento, iluminadas; dejé a mis coequiperos y me fui a tomar fotos, muchas desenfocadas, otras oscuras, muy blancas, pero me gustó disparar por ahí, me gusta pensar que todo lo que es posible y así lo veo tras el lente.

Alma resultó un refugio estupendo y creo que volveremos.
















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