Mucho más que risa

Padre querido. Aquel viernes de cielo oscuro en la madrugada te fuiste... Tantas cosas desde entonces, veinte años hasta llegar aquí... y acá seguimos, de alguna manera nos acompaña tu presencia.

Sigo oyendo tu carcajada, recordando tu sonrisa y tu mirada cuando atento me escuchabas. No olvido que a veces te sentías orgulloso de mí y esa sensación me encantaba. Te extraño, pero aún oigo tu voz y veo tu mirada llena de bondad. Me acostumbré a tu risa contagiosa, me reía oyéndote, me encantaba esa risa franca, auténtica, incontrolable. Me gustaba tenerte cerca porque todo te parecía fácil, al menos nos hacías creer que así era. Sin dramas, sin enredos, si salía mal se repetía, no pasaba nada. No pasaba hasta que partiste.  Lo más doloroso e incomprensible, pero después del dolor intenso un día entendí, acepté.

Te recuerdo siempre, pá. No estás en esta dimensión desde hace mucho, pero, a veces, me miro al espejo y te encuentro. Recuerdo tu infinita capacidad para creer en mí, también eso me gustaba y aunque dudaba, ahora acudo a ella. Tenías esa manera especial de alegrarte con nosotras, en tu silencio, pero lleno de satisfacción por las cosas buenas, que para ti eran muchas. Extraño esa envidiable simpatía que hacía que todos te quisieran y se divirtieran contigo. No la heredé, está claro, pero otras cosas sí, y las que todavía no, las sigo cultivando... aunque confieso que de la simpatía desistí hace rato.

Algún día, en la prehistoria, cuando tenía como ocho años, me tomaste de la mano y calmaste mi llanto, me dijiste que siempre estarías, y sí, estás, siempre, en cada gesto, en los reflejos, en cada instante. Te seguiré recordando pá, siempre, con amor, cariño y alegría...

Sucesos populares

Colectivo familiar

Sin rumbo fijo

―denota negación―