Al sol, delante del mar
El sábado pasado nos instalamos en el avión,
partimos a tiempo y en breve estuvimos de lleno en el calor caribeño, entre
verdes y azules. Ahora somos gente de piel salada que pasea por la playa, se
sumerge en el agua, come algo ligero a veces, algo contundente otras, toma una
copa, o dos.
Hemos escuchado y disfrutado el sonido de las olas en
el amanecer y definitivamente me encanta esa sucesión de golpes serenos y la
brisa suave a esa hora y también en la tarde, en realidad en cualquier momento,
sólo que a veces prefiero el silencio, bueno, casi siempre, así que mejor
caminar en soledad sin muchos visitantes o habitantes por ahí.
Hemos tenido días bajo paraguas. Parece que se abren los cielos y
nos gritan los ángeles. Algunas lluvias que asustan y fascinan nos han
acompañado. Pero después de los grises y de los cielos cubiertos, vuelve la
calma y tras la pausa del agua los pájaros retoman el vuelo y salimos a ver la
magia en la arena. Otros días han estado templados y húmedos, algunos más de
cielo resplandeciente y hasta ahora damos cuenta de un balance climático
completamente a favor.
La cotidianidad de la semana hace que me despierte, me estire y al
rato camine al mar! Lo necesito en estos días que lo tengo cerca. Salgo
rápido, incluso sin tomarme el café de siempre, ese lo dejo para el regreso. Me
ha gustado alejarme un poco de la ciudad y de la altura, aprovechar la pausa
del medio día para juegos acuáticos en compañía del adolescente, aquel que está
muy rebelde y metalero, pero que entra al agua y vuelve al cauce, salvaje, pero
divertido.
Tal vez me encanta pasear, viajar aun cuando tenga que trabajar.
Salir de mi casa y ver otros paisajes, otras gentes, respirar otros aires y
luego regresar.
¡Aprovecharemos los días que quedan!