Montaña adentro

Una escapada peculiar el finde que recién pasó. Llegamos a Chingaza el sábado en la tarde.  Nos alojamos en un hostal en altura con vista a un mundo distinto. En la ruta de ida hicimos un par de paradas paisajísticas. Me encantó. La cercanía de las nubes, las sonrisas, la sorpresa en la cara de todos y el aire fresco que respiramos fue estupendo. Nos recibió un venado, tímido, pero amigable y con ello nos transformamos en aventureros en cuestión de instantes.

A la llegada tuvimos un rato de relajo, acomodarnos, inspeccionar los alrededores, pequeños recorridos por la zona y poco descanso; en breve estuvo lista la cena y nos preparamos para el paseo nocturno.  Teníamos la expectativa puesta en una noche sin nubes, pero avanzamos bajo un cielo gris con varias nubes espesas. Empezó la sesión de fotos con algunas estrellas, poco nítidas y aisladas, pero era lo que había y lo íbamos a disfrutar.  Subimos un cerro, hicimos pausa en los miradores, bajo la sombra oscura nos contaron historias de la montaña, sus plantas, los animales que habitan por allí, tuvimos un panorama general de la magia del páramo y regresamos.  Pasadas las 10 estábamos casi listos para dormir…

No alcancé a cerrar los ojos y la suerte del firmamento despejado me sacó de la cama rápidamente. La majestuosidad de la vía láctea hizo presencia y el hechizo de las estrellas fugaces nos maravilló hasta pasada medianoche. Congelados, pero felices, después de muchas fotos, regresamos y finalmente nos acostamos. No logré quitarme el frío que invadió mi cuerpo y Morfeo no me abrazó más de unos minutos, así que pasé la noche en vela, helada y muerta de envidia por los que soñaban profundamente a mi lado, pero aun así sobrecogida por el espectáculo de la noche y sus miles de puntos brillantes.

El domingo, con paso decidido para quitarnos el frío, arrancamos la jornada con un rico desayuno casi de madrugada. Partimos a la laguna y la lluvia anduvo con nosotros, recorrimos el sendero de las plantas, aprendimos sobre hojas, árboles, hierbas; probamos el picante del páramo, saludamos una ranita andina, vimos nadar una especie de pato, que en realidad era otra ave, un par de águilas pasearon encima nuestro; e incluso vimos una huella de oso, pero no lo encontramos. Embarrados, empapados y cansados terminamos en el alto de la montaña viendo cascadas, la serranía de los Órganos y, por su puesto, la laguna.

Volvimos a la ruta y el bus nos llevó a otro lado de la laguna, la lluvia dio un poco de tregua y vimos el nacimiento del río Guaitiquía en medio de un paisaje bellísimo.  Estuvimos también en el valle de frailejones, que siguen pareciéndome sorprendentes, y después subimos a otro mirador para tener otra vista de la laguna. Luego del almuerzo del día y de la despedida de dos venados que se acercaron tranquilos a decir adiós, terminamos el paseo, uno sensacional del que guardaré los mejores recuerdos.

He manifestado mi fascinación por la naturaleza hace tiempo, he declarado mi amor por la montaña también, es lo que es real y esencial para mí… días como estos son un lujo y disfrutarlos en buena compañía resulta fascinante.  Empieza la búsqueda por el próximo destino.

Bonus. Tuvimos platos calóricos y contundentes, apropiados para el frío del lugar. La música del recorrido fue ecléctica, todos los géneros acompañaron el trayecto. Los guías dan los mejor de sí en estos paseos, saben un montón y, además, son divertidos. Los compañeros de ruta fueron amables y tranquilos, gente contenta disfrutando el ambiente. El hostal tiene muchísimas oportunidades de mejora, pero es lo que hay.
















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