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Mostrando entradas de mayo, 2025

Inventario

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De mayo recuerdo todas esas gotas, los espacios urbanos, aprender de otras voces, lo vaga que fui a veces, sentir otros aires, probar otros sabores, las contradicciones de Bogotá, las crocancias de los wafles caseros, el estado de demencia que circula por el mundo, el roce del aire cada vez que abrí ventanas, el olor a pan recién hecho, la alegría de la parrilla en domingos soleados, las palabras de un dialecto indígena con el que me crucé algún día, las búsquedas del sentido entre lo absurdo y lo obvio, las cosechas coloridas de la huerta, la velocidad de la ciudad, estar petrificada frente a una pantalla por muchas horas, la risa inesperada en medio del ruido laboral, los mensajes que no respondí, las caminatas sin rumbo que me perdí, el café de sobremesa, la sensación de estar y no estar en el mismo instante, las pequeñas esperanzas que brotaron sin previo aviso, el barrio que lo sabe todo, lo ha visto todo.   Y también: el tránsito obligatorio y diario a la oficina, la sobremes...

Recuperar el aliento

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Después de una semana intensa, en la que al menos está vez hubo un poco más de novedad -no fue solo trabajar, trabajar y trabajar- viene muy bien la pausa del finde. Necesaria. Restauradora.  De lunes a viernes frente al compu, en reuniones, con la mente en obras, procesos, informes, líneas de tiempo, todo atrasado.  Reduje caminatas, avancé cero pasos, estoy en mis peores días de actividad. Los desplazamientos fueron casi todos en auto, con la suerte de la compañía de Pancho, o en taxi, de regreso a casa. Tomé alguna copa por ahí, para celebrar encuentros, la llegada a casa a conversar, cualquier cosa. Tuve también un par de tardes de asueto, una de actualización y muchas risas con mis amigas herederas y otra de quejarnos del mundo y su desorden con mis amigos peligrosos. El sábado tuvimos un poco de movimiento. De acá para allá en vueltas, compras, almuerzo variado y diferente, hasta qué llegamos a nuestro pequeño paraíso. Alcanzó el tiempo para disfrutar la caída del...

La semana empezó, yo también

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La mañana que empieza, la nueva semana. La ruta conversada. Los taxistas que cuentan historias. El golpe que nos da un miniauto, el pisotón de la señora que me entierra un tacón en Transmilenio. El clima indefinido. La lluvia que cae sin tregua. La gratitud por mis desayunos coloridos y contundentes, por las cenas breves de recapitulación de cada día, por el cariño que se siente en casa. La osadía por tratar de dar respuesta a todo. Los recuerdos que vienen de ayeres bonitos. Los instantes que se borraron y volvieron a aparecer. Las ilusiones por un futuro sereno y tranqui. Una dicha ser consciente de mis muchas versiones, sin saber todavía cuál me queda mejor. Si alguna me queda bien. Todavía mucho por aprender, descubrir, explorar. Parar, intentar meditar, fracasar. Asomarme a la ventana, divagar sobre el más allá. Elegir la sonrisa por encima de todo. Caminar despacio al café que ahora tomo con leche de soya. Libros, series, podcasts que empecé con más o menos gusto y he ido abandon...

Nada que corregir

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Parte uno Por supuesto, al comienzo fue el caos. No uno escandaloso, sino metódico, cotidiano, silencioso. En apariencia, todo estaba en orden, el trabajo, la pareja que ya no vivía con ella pero seguía mandando mensajes, la casa con plantas que sobrevivían por inercia. Pero bajo esa superficie, en esa supuesta calma, se escondía un alto grado de confusión y uno mayor de inseguridad. Una estructura que parecía sólida, que resultaba profundamente incomprensible. Era su vida, edificada sobre una lógica que no le pertenecía. Ella —una mujer a punto de cruzar la frontera de los cuarenta, guapa pero no memorable, lo justo para no ser ignorada— se sentía hacía tiempo desfasada, actuando una versión de sí misma que alguien más había escrito hace años, con frases prestadas, hábitos copiados, emociones diluidas. Había momentos breves de claridad. Pequeñas grietas por donde se filtraba lo absurdo. A veces bastaba un gesto ajeno, una conversación sinsentido en la oficina, para que su mirada s...

No era esto, o sí.

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Los días arrancan con un alto grado de complejidad y uno mayor de incertidumbre. A veces, antes de que suene la alarma, ya me siento atrasada. El calendario me avisa de tareas que no recuerdo haber aceptado. Me despierto con la sensación de que alguien me evalúa desde un comité secreto del que lo sospecho todo. Y, sin embargo, paso a la mesa y encuentro el desayuno servido: café humeante, pan caliente, el par de huevos fritos. Por un instante, se me olvida la realidad que me espera fuera del hogar. Después llego al trabajo. Participo activamente en una estructura profundamente incomprensible. Pero hacerlo no basta para entender. Todo es difícil y hacerlo siempre igual no parece cambiar las cosas.  Aun así, intento crear un espacio de sentido, incluso sin darme cuenta. Escribo frases extrañas y a veces aspiracionales —tengo una pluma nueva—. Mi libreta de pendientes está llena de pequeñas grietas por donde se filtra lo absurdo. Una rebelión pequeña, pero digna. Al menos eso creo… po...

Crónicas mínimas de una ciudad inexacta

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Siguiendo el impulso narrativo y el itinerario que dicta la rutina, queda por acá algo del acontecer semanal. Fragmentos, impresiones, escenas mínimas. Mi forma de ordenar el paso del tiempo. Lunes El señor grande y gordo que se me acomoda al lado como si el asiento fuera suyo y mío al mismo tiempo. Cada movimiento brusco del bus es una invasión de centímetros. Su peso cae sobre mi hombro. La mujer que, al acabársele el saldo de TuLlave, se desliza bajo la registradora con una agilidad sorprendente, una contorsión absoluta que ignora las miradas. El tipo que narra en voz alta, sin que nadie se lo pida, cada video que ve en su celular. El volumen al máximo, como si el bus entero fuera su sala. Alrededor, los demás van perdidos en sus pantallas, sus audífonos, sus pensamientos. Y yo, ahí, esperando que el bus no pare demasiado, que la ciudad no decida hacer de las suyas. Todo por una reunión improvisada que descuadró mi lunes desde temprano. Pero llegué. Contra todo pronóstico, llegué a ...

El muro no abrió paso

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Tantas cosas han sido, tantas han pasado. Intentaré narrar desde el reposo de una mañana gris de sábado los sucesos —hoy anecdóticos— de la semana que terminó. Estas brevedades son las que por ahora me han hecho pensar, sentir, avanzar. |  Intento darle movimiento a unas cuantas palabras | Salí a la calle con la intención de tomarle el pulso al día. Y sí, llovía. Una lluvia, como las que no se detienen últimamente, de esas tímidas que no empapan pero fastidian, acompañada de la clásica esperanza de que el sol asome. Tenía una lista de tareas enorme, inmensa, pero decidí hacer una pausa en el café. Esta vez me quedé tomándolo en la mesa, en lugar de salir corriendo de vuelta a la oficina. La gente estaba ahí, sí, en el café, pero como parte del mobiliario. Todos absortos en sus computadores o en el teléfono. Nadie hablaba. Nadie respiraba. Todos con pose de ser muy importantes, y de estar muy ocupados. Un poco amargados… eso parecía, y pues, el mundo no necesita tanta gente ab...

Escenas desde el anonimato

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Hoy es uno de esos días en los que la casa está en silencio. Me debato entre una pereza persistente y la necesidad de empezar. He desayunado café, huevos revueltos, un trozo de pan rescatado de la nevera y algo de fruta picada. Me asomo a la ventana y me quedo mirando la lluvia. Ligera, constante, la gente la ignora, les resulta irrelevante. Pero a mí me detiene, me sobrepasa. No quiero salir, no quiero mojarme. Sé que tengo que hacerlo. No habrá escapatoria. La puerta se cierra detrás de mí. El agua, constante, me recibe en la calle. La lluvia ha dejado los andenes mojados, y mis pasos se sienten más lentos de lo habitual. Tal vez es la humedad, tal vez soy yo. Tomo el bus y me encuentro con esas verdades que no queremos ver. La situación estética general es regular en el trayecto. El transmi va casi lleno y la fealdad sobresale. Estamos todos en el límite preciso entre muy feos y “normales”. Las únicas que salvan son dos chicas en “estado mutante”. Parece cierto aquello de la luminos...

Letras cotidianas

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En una suerte de alineación astral —de esas que solo percibo yo—, me detengo a releer cómo he escrito mi vida. No con tinta indeleble ni con la certeza de quienes narran desde lejos, sino con la fragilidad de quien escribe al ritmo de lo que siente o imagina. Repaso, curiosa, cómo en cada momento, en cada capítulo, he escrito y descrito mis días. Con palabras que a veces alcanzan y otras apenas rozan la superficie. He escrito lo que ocurrió y también lo que nunca pasó. Lo que soñé despierta, lo que imaginé en largas noches de insomnio, lo que quise y no supe cómo nombrar. He escrito los días ideales, también los luminosos y precisos, y los que nunca llegaron a ser o fueron como no quería. Hoy, como ayer y como quizá mañana, sigo escribiendo. Vivo lo que puedo, sobrevivo lo que toca. Las palabras me acompañan, me han acompañado siempre. Pero no siempre llegan sabias, ni en orden. He inventado paisajes que nunca existieron, he dado forma a conversaciones que no ocurrieron. Pero también h...

Casi nada

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El finde es un tiempo líquido cada hora avanza a su propio ritmo, tiene su propio pulso.   Las horas, caprichosas, vuelan; a veces se disuelven en la nada. Así que, sin darme mucha cuenta… se acaba.   Cuando lo estoy pasando bien —genial— todo se vuelve un ratito. Y no da tiempo a mucho — a casi nada.   Me queda el paseo del día, por el jardín y su poesía, donde lo mínimo me habla, y lo invisible se instala.

Intuitivo

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Transito la intuición y avanzo a ciegas por el presente invisible, por aquel en el que los instantes se expanden sin forma ni contorno. A veces son solo un alfabeto de miradas; otras, uno de fragmentos —trozos de letras— que apenas logran decir algo. Algo que apenas roza el sentido. Creo, entre líneas, que enumerar se vuelve necesario. Nombrar la realidad para no perderse por completo. Nombrarla para encender una conversación silenciosa. Nombrarla para respirar dentro de aquello que no se entiende. No del todo. Ahora tengo siempre la impresión de que ha pasado mucho tiempo, y de que cada vez pasa más deprisa. Y empiezo a entender, con el paso del tiempo, que las posibilidades se reducen. La novedad se diluye y hay refugios que no se encuentran, solo se intuyen. Allí me instalo, sin pertenencia, en los márgenes de una vida efímera. Una vida en la que habita el tiempo del acontecimiento. Pienso, tras bambalinas, que mi memoria es incapaz de sostener sus propias oscuridades. Por eso anda ...

Sin regreso

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Descifrar las huellas imperceptibles de un tránsito perpetuo. Eso intento. Moverme entre signos que nadie dejó, en un lugar improbable, increíble, que no debería existir, y sin embargo, insiste. Allí, donde el infinito se prolonga sin descanso, sin origen ni promesa de final, me descubro a veces flotando. Otro mundo distinto me roza, ajeno, inevitable. Y entonces, mi rostro se disuelve: es mi cara de nadie, de ser que no pertenece ni al tiempo ni al lugar. Un error, apenas — breve, humano. Pero consciente.

Descansar

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Primero de mayo.  Sin alarma, dormir hasta que el cuerpo lo pida. No pidió mucho: antes de las siete ya estábamos despiertos. Nos lo tomamos con calma y salimos de brunch. Panes riquísimos, huevos exóticos y una avena con manzana y canela con el dulzor justo. Luego, de vuelta a casa, a descansar —a hacerle siesta al brunch—. Leer, escribir un rato, dejar que las horas pasaran, y luego, salir en busca de almuerzo. Al terminar la tarde, partimos al teatro. Vimos  El Padre . Una historia que lo tiene todo para exaltar el talento actoral: conmovedora, dolorosa, pero profundamente real. Un elenco estupendo dio vida a cada emoción con autenticidad y entrega. La escenografía, sencilla pero suficiente, como las luces y la música, acompañaron sin distraer. Nos gustó mucho. Además, la escena final me sacó algunas lágrimas… La realidad, a veces, escribe los finales con una crudeza de la que solo queremos escapar. Sin duda, vale mucho la pena verla. Y así se acabó el día. Otra vez. Te...

Postales de abril

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Un paso, después otro. Una pausa, luego otra. Inmóvil. Abril no me dejó avanzar como quería. Una cosa, otra más. Sin darme cuenta el mes se llenó de momentos, algún ruido, mucha lluvia. Todo junto y en simultánea. Inesperadamente. Días de sol rojo saliendo al amanecer y amarillo dorado cayendo al atardecer. Días de lluviecita incipiente y tormenta intensa. Días de cielo bipolar, cambiando de ánimo y de parecer a lo largo de la jornada. Como yo. Treinta días de ritmos irregulares. Fui valiente o inconsciente, no sé. De nuevo empecé algo, parece que será mi sino en lo que me queda de vida laboral. Solo nueve años. Será difícil apuntar bien, estoy llegando a cierta edad en la que el viento, la temperatura, la distancia, el entorno, las caras, las voces, las miradas, todo hace parte, juega a favor o en contra. Dependiendo del día, la misma cosa puede estar de un lado u otro. Así de incoherente y contradictoria soy. Total, tengo un nuevo trabajo y abril fue diverso, complejo, rico, de...