Intuitivo

Transito la intuición y avanzo a ciegas por el presente invisible, por aquel en el que los instantes se expanden sin forma ni contorno. A veces son solo un alfabeto de miradas; otras, uno de fragmentos —trozos de letras— que apenas logran decir algo. Algo que apenas roza el sentido.

Creo, entre líneas, que enumerar se vuelve necesario. Nombrar la realidad para no perderse por completo. Nombrarla para encender una conversación silenciosa. Nombrarla para respirar dentro de aquello que no se entiende. No del todo.

Ahora tengo siempre la impresión de que ha pasado mucho tiempo, y de que cada vez pasa más deprisa. Y empiezo a entender, con el paso del tiempo, que las posibilidades se reducen. La novedad se diluye y hay refugios que no se encuentran, solo se intuyen. Allí me instalo, sin pertenencia, en los márgenes de una vida efímera. Una vida en la que habita el tiempo del acontecimiento.

Pienso, tras bambalinas, que mi memoria es incapaz de sostener sus propias oscuridades. Por eso anda dispersa. Se entrega a la exploración, recorre los territorios donde la sonoridad de un verso guarda susurros de trayectorias pasadas. Momentos estelares que se entrecruzan con otros que se desvanecen. Descubro así que el tiempo sabe hacer silencio.

Y en medio de todo, todo cambia. Se vuelve impreciso. Llega la espera ansiosa, temblorosa. Reconocible. Un propósito se asoma: frenar, sostenerse, quizá solo permanecer. Porque la vida continúa, bajo una presencia anónima que observa —serena— el mundo.

Porque a pesar de que el sol sigue brillando y de que la vida sea absurda y breve,

las montañas reverdecen. Una y otra vez.


Por eso, mejor conocer, conectar, perderse, reimaginar.

Aportar otra perspectiva.

Encender una luz en lo profundo.


Por eso llegué acá, por casualidad,

porque las palabras viajan por el aire, por los ríos.

Y en su cauce, algo de mí sigue en movimiento.

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