La vida en verde

Llegó la Semana Santa y con ella el momento de retirarse a respirar al campo, a aquel mundo rural que tanto nos gusta; así que aprovechando el receso, partimos a unos días de quietud y descanso.

Una flor por aquí, otra más allá. Insectos comunes zumbando sin parar, ranas croando al atardecer, pajaritos cantando al amanecer y Charlotte ladrando una vez sí y otra también. Cada uno en su lugar, dándole al ambiente los sonidos propios, aquellos que se perciben siempre en este pedacito de universo.  Ese fue nuestro entorno permanente.  Sin embargo, para dinamizar nuestros días, anduvimos por ahí de aventureros. Sin mucho programar nos fuimos de expedición. Primero Fúquene y Ubaté, después La Vega y Villeta y finalmente Zipacón y Tenjo. Bajo las nubes que jugaban sin parar sobre nosotros —se deshacían y retomaban su forma, se oscurecían y precipitaban—, conocimos algunos lugares que nos gustaron. Unos llenos de paseantes y turistas, otros solo para nosotros. No todo fue lluvia, también disfrutamos instantes primaverales, aunque lamentablemente sin cerezos en flor.
Dormimos hasta no poder más, pero eso sí, a primera hora de la mañana, después de alimentar a Lila y a Charlotte, preparamos desayunos campeones. Además, me estrené en la cocina con los almuerzos. Un día superé la pasta con atún y preparé salmón a la plancha, innové con cúrcuma y resultó bastante bien. Lo acompañé, cómo no, con una ensalada de palmitos y palta, algo de tomate y un par de aceitunas. Un plato para repetir.  
Daniel y mi madre batieron record viendo episodios del inigualable Chavo, cada tanto, las carcajadas rompían el silencio de la mañana. En las tardes, nos dedicamos al color, avancé en mi libro de mándalas, y a los juegos de mesa, nos divirtieron pequeños triunfos jugando parqués y rummy. Así, sin complicaciones, se nos fue la semana, pero, por fortuna, nos quedan las fotos.


Al parecer, una semana como la de hace 9 años.

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Sin rumbo fijo

―denota negación―