En plural


Combinación de gente feliz, sancocho, música y cantos desafinados en un sábado de abril. 
En medio de un entorno fantástico, bajo el cielo de nuestra infancia, tuvimos un rencuentro fabuloso en el que disfrutamos una tarde mágica recordando alegrías pasadas y celebrando la familia.
El tiempo ha pasado, sí. Arrugas, canas, rostros nuevos, muchas muestras de un transcurrir que no se detiene y que nos ha dejado varias historias para atesorar, tal como lo vimos en la colección de fotos que ambientó el escenario que compartimos. La vida nos ha permitido mucho y en aquel terruño que visitamos, antes Páramo, ahora Quetzal, tenemos más de una anécdota feliz, muchas Guevaradas que nos han alegrado el corazón.
Una vez más la gozadera familiar salió a flote entre conversaciones y risas de sobremesa; como tantas veces allí, nos reímos de nosotros mismos, escuchamos con interés y curiosidad historias del ayer y nos actualizamos en el acontecer de más de uno.  Además, en profunda reconexión con la naturaleza, dimos muestras de desconocidas habilidades primates. A la voz de Sergio y Felipe, partimos a escalar árboles, a intentarlo al menos. Logramos un ascenso decente, unos más que otros: Sara y Felipe más que todos.
Quedo tiempo para una partidita de dudo, alzando copas y cantando victorias, nuevamente Sara triunfó, pero todos disfrutamos. Y así, sin mucho darnos cuenta se nos acabó la jornada, aunque claro, varios esperaron la llegada de la noche y al calor de la fogata allí permanecieron.
El Páramo seguirá siendo montaña, pan con pony malta, bosque, carcajadas e historia familiar y ahora, además, casa remodelada.  Volveremos, por supuesto, ojalá con más frecuencia.  A nuestros anfitriones: gracias mil por la invitación y por sus atenciones. 
¡Hasta la próxima!



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Sin rumbo fijo

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