Envueltos en nubes
Corría el
2004, si mal no recuerdo era septiembre, estábamos en Subachoque en plan
familiar. Con intenciones de movernos un poco y ver más verde del que teníamos
cerca, nos fuimos con Pancho y un par de amigos al Tablazo. Un cerro a 3.500 m.s.n.m. Mi hermana nos
llevó en auto hasta el pantano de Arce, como a 2.5 kilómetros de la cumbre y
allí nos dejó, planeábamos volver a casa caminando.
Llegamos a la
cima y el páramo se veía fantástico, con mucha niebla y gran variedad de plantas. Los frailejones, aunque no estaban
florecidos, lucían maravillosos.
Omitimos las cuevas que hay en la zona y no nos demoramos mucho en el
mirador. Queríamos iniciar de inmediato
el descenso. Saludamos a los soldados que cuidan las antenas del radar que
aloja el cerro y les contamos nuestra intención de caminar. Nos acompañaron durante 100 metros, señalando
la dirección que debíamos seguir.
Empezamos a
bajar y la neblina llegó. En segundos pasamos de estar en un ambiente parcialmente
nublado a estar bajo uno repleto de nubes densas y oscuras. No teníamos claro hacía
donde seguir así que dimos vuelta para que los soldados nos ayudaran de nuevo,
pero ya no los vimos, desaparecieron. Cubiertos por completo por las nubes hicimos nuestro
mejor esfuerzo por seguir una ruta poco visible. Avanzábamos sin dejar de hablar para saber dónde estábamos, para no perdernos. Aunque veíamos solo blanco, no era opción quedarnos a esperar que el camino se despejará. Confiados,
asegurándonos de no caer, seguimos nuestra intuición y bajamos.
Más tarde, quizá una hora, apareció alguien. Nos acercamos y le preguntamos cómo salir de allí. Nos dio indicaciones poco claras y nos dijo que en media hora
estaríamos en la carretera principal. Se esfumó. Resueltos, continuamos el
trayecto, pues faltaba poco. Pasaron 30 minutos, una hora, más y no
encontramos la ruta.
Aunque la soledad era nuestra compañera permanente, empezamos a ver
mejor, sin embargo no teníamos ninguna referencia que seguir. Solos, la montaña
y las nubes bajas.
Comenzaba el
cansancio cuando nos cruzamos con otro personaje, preguntamos lo mismo. Sus instrucciones parecieron inequívocas, así
que las seguimos estrictamente. Llegar a
una roca alta, girar a la derecha, pasar un riachuelo, avanzar 200 metros y listo, en poco menos de media hora estaríamos en el camino que nos llevaría al
pueblo. Tal cual nos indicó, tal cual hicimos, pero... no lo logramos. No había
carretera, solo monte.
Más adelante, cuando la desesperación empezaba a apoderarse de nosotros, encontramos otro campesino que nos dijo que íbamos bien y que en media hora encontraríamos la salida. Media hora después. Nada. Subíamos, bajábamos, íbamos al norte, al sur, no sabíamos. Encontramos una casa pequeña, aislada completamente; su dueño nos mostró el rumbo, diciendo que en menos de 30 minutos saldríamos a la carretera. Finalmente, luego de los 30 minutos sin llegar a destino, aceptamos la realidad: reconocimos la relatividad del tiempo —para los moradores del cerro cualquier lapso era media hora— y enfrentamos la adversidad. Decidimos no preguntar más y confiar en nuestro olfato. Lo conseguimos, no inmediatamente, pero llegamos a la carretera.
Más adelante, cuando la desesperación empezaba a apoderarse de nosotros, encontramos otro campesino que nos dijo que íbamos bien y que en media hora encontraríamos la salida. Media hora después. Nada. Subíamos, bajábamos, íbamos al norte, al sur, no sabíamos. Encontramos una casa pequeña, aislada completamente; su dueño nos mostró el rumbo, diciendo que en menos de 30 minutos saldríamos a la carretera. Finalmente, luego de los 30 minutos sin llegar a destino, aceptamos la realidad: reconocimos la relatividad del tiempo —para los moradores del cerro cualquier lapso era media hora— y enfrentamos la adversidad. Decidimos no preguntar más y confiar en nuestro olfato. Lo conseguimos, no inmediatamente, pero llegamos a la carretera.
Estábamos
aún muy lejos del pueblo y de nuestra casa, exhaustos y algo
deshidratados; así que terminamos la aventura subiéndonos a la primera camioneta que nos paró. Rematamos el trayecto motorizados.