Namay
Una montaña algo selvática con muchos estímulos naturales por descubrir.
Nos invitaron,
propusimos, concretamos, nos encontramos. El sábado dejamos atrás la ciudad con
intensiones de descansar y celebrar.
Siguiendo a nuestra líder
de caravana, nos abrimos paso entre el verde y entramos en otro mundo, uno no
muy lejos de acá; uno lleno de pájaros, mariposas, frutas y piedras de todos
los tamaños.
En un ambiente divertido
y alegre, con más de un motivo para festejar, pasamos un bonito par de
días. Estrenamos casa y celebramos la próxima llegada de Emilia, razones
de mucho peso para estar contentos.
Pese a lo tardío del
almuerzo del sábado y al hambre que se había apoderado de los pacientes
comensales, diremos que el menú estuvo bien, tanto así que la cena se diluyo y
el chef quedo listo para una próxima oportunidad. Una larga e intensa lluvia
amenizó la jornada y la noche llegó sin luz, pero no hizo mucha
falta. Conversaciones varias, risas y juegos en los que algunos
demostraron excelentes reflejos y habilidades desconocidas y otros, falta de
coordinación e imposibilidad de seguir instrucciones, fueron el plan de la
tarde-noche.
Y ayer, después de un
contundente y delicioso desayuno, nos fuimos de exploración. Comenzamos
cosechando frambuesas silvestres, muy coloridas pero un tanto ácidas, y
terminamos con chapuzón en el río. El agua y su sonido, la emoción de los
chiquis, las sonrisas en compañía, la alegría de lo simple convirtió ese, en un
instante memorable. Agradecidos y contentos emprendimos el regreso, pero
seguro volveremos.