Colombia es bella, sí que lo es

Después de un verdadero camino serpenteante, repleto de vegetación alrededor, llegamos a Salento. Sin detenernos, tomamos el camino del Valle y alcanzamos el destino más esperado del paseo, al menos para mí. 
El Valle del Cócora es sinónimo de tranquilidad, silencio, muchos árboles y más encanto cafetero, claro, todo antes de que arriben los cientos de turistas. Por fortuna, aunque desconozco si Dios ayuda o no, madrugar tiene sus recompensas y bien valió la pena emprender el camino temprano. Terminamos un tanto embarrados después de un breve recorrido silvestre entre las montañas que alojan las palmas de cera… cerca del agua y de cientos de pájaros que difícilmente veíamos, pero sí oíamos.  







Y luego, en el pueblo, callejeando, como solemos hacer, entre tiendas llamativas, con contraventanas de madera colorida y artesanías por todos lados, transcurrió el día. No tuvimos suerte con el menú elegido para almorzar, pero el postre fue sin igual.  


Después del desafortunado almuerzo, subí 238 escalones para llegar al mirador, sin compañía pero con entusiasmo, alcancé la cima por el camino del viacrucis. Por un lado está el pueblo y por el otro el valle. Allí se puede pasar la tarde admirando el paisaje o caminando hasta el río… cosa que no hice porque esperaban por mí.  Finalizamos la jornada de vuelta a las calles de Salento para un hasta pronto y compritas de última hora antes de regresar a Pereira.


Sucesos populares

Colectivo familiar

Sin rumbo fijo

―denota negación―