Bosquejo

Es sábado, se oscureció ya. Llovió, salió el sol, estuve horizontal casi todo el día. Además del paseo por el jardín en la mañana, creo que no hice mucho más, nada. Empezamos a ver Twin Peaks con el joven y no pudimos parar. Entender este presente tan extraño parece cada vez un asunto más complejo, así que, del color de las flores, la forma de sus pétalos, el tamaño de las hojas y su movimiento al viento, pasé a sumergirme en el misterio de esta serie y, bueno, se nos fue de las manos. Se acabó el día. Otra vez.

Pero no tengo sueño, no me siento cansada, sé que tengo que dormir. Me debato, como siempre, entre paralelismos continuos.

Desear el descanso. Temer el silencio que lo precede. Sentirme llena de cosas pequeñas, vacía de lo esencial. Estar en calma mirando las hojas moverse. Perderme en una escena que no entiendo. Querer detener el tiempo. Dejar que se me escurra sin resistencia. Disfrutar el no hacer. Culparme por no haber hecho nada. Conectar con algo sutil, mínimo. Ahogarme en lo innecesario. Recordar lo vivido en la mañana. Quedar atrapada en lo que no fue. Buscar sentido en los detalles. Aceptarlos sin saber por qué. Creer que todo tiene un ritmo secreto. Sospechar que solo es ruido disfrazado.

Y así, sucesivamente, me muevo entre lo que soy, lo que me gusta y lo que no termino de entender. Y mientras me abraza Morfeo, vuelvo a imaginar lo mucho que me habría gustado abrir más espacio a un yo creativo, menos racional.

Imaginar con entusiasmo. Dudar con inquietud. Cantar una idea como si ya volara. Callar ante el miedo de que no tenga alas. Bailar con la intuición. Tropezar con la inseguridad. Creer que el ritmo fluye. Sospechar que todo es ruido. Tomar fotos mentales llenas de luz. Encontrar nada más que sombras y desenfoque. Sentir el breve éxtasis de una imagen lograda. Notar el desajuste en la pantalla. Celebrar un instante de belleza. Detectar oscuridad al repasar lo creado. Convencerme, por un momento, de haber tocado algo verdadero. Admitir, después, que apenas rocé la superficie. Aceptar que no es lo mejor. Agradecer que tampoco es lo peor. Pensar que esta vez sí. Saber que quizá no.

Después de todo, caminar, escribir, cantar, bailar, tomar fotos… siempre. Bueno, sin exagerar, lo de cantar mejor no tanto…

Y ayer finalmente me dormí… Ultrasilencioso, así estaba cuando desperté. Después sentí el viento, intenso. Luego pensé que me eché a perder, llevo más de un mes, tal vez dos, sin caminar… ni me muevo.

Ahora es domingo. El día comenzó brillante, con una nubecita, quizá dos o tres. Pero en breve el cielo se cubrió, la nubosidad llegó. Otra vez. Desde la terraza, mientras me tomo un té, imagino el sauna que quiero tener: madera aromática, fachada acristalada para estar completamente en contacto con el verde del jardín y con el cielo a la vista. Veremos.


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