Directo a la realidad

El ojalá que no existe se instala en su cerebro cuando lo deja divagar. Permanece allí, es una sombra que se resiste, no se oculta. Es un eco persistente que habita su mente con un peso que lentamente le oprime el alma. El peso de un beso fuera de tiempo. 

En su intento de burlar al destino, busca sin descanso una llave que cierre los rincones donde se oculta su ansiedad. Sabe que no puede huir para siempre y que la obsesión no será eterna, pero el recuerdo sí. Brilla como espejo roto de un ayer que no se olvida, un fragmento que corta sin tocar.

No quiere querer, se dice en silencio, pero la mente es feroz, despiadada, sigue impulsos a la deriva. Ese que fue su bálsamo más efectivo, el gesto imperceptible, fue solo un espejismo y ahora rompe el silencio con palabras frías. Inútiles, asfixiantes, irrespirables… Arrastra su propio infierno con la indiferencia de quien lleva demasiado tiempo ardiendo.

Pero mejor sentir, se repite, aunque el alma lo niegue. Aunque el cuerpo pida tregua.


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