Un enigma
Todo últimamente
resulta enigmático. Las calles que transito, los cafés que descubro, los
encuentros que no resultan, las llamadas que no contestan. Marzo empezó como un
largo poema de reflexiones, silencios y misterios. Después de la serenidad y la
quietud en un fin de semana urbano, me llegan palabras ajenas: historias de
amor, de soledad, de aburrimiento laboral, de desesperación climática. Así
empezamos. Mientras tanto me entretengo en el centro viendo las vitrinas de
buñuelos, de todos los tamaños y varios precios. Empanadas. Pan de bonos.
Arepas en cualquier esquina. Mucho queso y tanta harina por estas tierras. Qué
curiosas esas polémicas, historias de amor y odio por los amasijos del
altiplano, y por tantas otras delicias, tantas más. A veces, solo hay que salir
a caminar y ver la emoción en la cara de la gente mientras da un mordisco a
cualquier pan, a veces me antojo.
Muy temprano encuentro
calma céntrica, pero llegado el mediodía todo cambia. El barullo,
los olores, la multitud. La música que aman algunos, el ruido que aborrecen
otros. No es una canción, ni son dos, son tres y hasta cuatro sonando al tiempo.
Pero en cualquier caso, me voy acostumbrando, acudo a mi mantra de reconexión
con mi poder interior mientras avanzo zigzagueante.
El centro es
imponente, las plazas son entre llamativas y sucias, el septimazo está cargado
de historia. La gente que da vuelta sin rumbo se ve a veces atractiva, otras
decadente. La curiosidad en los rostros paliduchos de los extranjeros me
emociona. No sé qué pensarán de toda esta locura. Quizá la amen. Por unas horas
o unos días debe tener su encanto. Todo está lleno de contraste en la ciudad,
pero de la 26 a la Candelaria, más.
Han sido días de imaginación, juego, asombro. Me inclino por dejarme deslumbrar por la belleza, encontrar significado y también algo de verdad en cada recorrido. El mundo que se rompe y en la calle se desborda la alegría. O la furia.
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