Memorias cotidianas

El cielo de un blanco diferente cada día de esta semana. Pausa invernal el miércoles, por lo demás, agua torrencial día tras día. La semana se sintió ácida, divertida, metafórica, llena de historias… salpicada de sorpresas, de conexiones y de esa manera tan particular en la que las cosas suceden cuando se sale del ritmo habitual. Casualidades del destino.

Volví al centro. Entré a un café que parecía amable. Probé un café rico, con mini pastel de nueces también rico. Dejando atrás la calma de las calles coloniales terminé en la séptima. Llegué a la plaza, esa que se erige como la protagonista del recorrido en un centro pulsante de vida y emociones. Su poder es innegable, es capaz de reflejar sentimientos intensos que se entrelazan en su espacio. Uno que realmente es grande. La plaza y su Bolívar juegan un papel crucial en la ciudad. Es el escenario que condensa acciones, momentos, alegrías y frustraciones. Estoy tratando de descifrar su personalidad, pero parece un espejo de la compleja red de estímulos, recuerdos, fantasmas y reacciones que configuran tanto a ciudadanos como a visitantes. Los de acá y los de mucho más allá. En sus ladrillos, en sus sombras, en el ruido constante de las palomas —esas ratas aladas que merodean sin cesar— se esconde la esencia de lo que somos. No solo los bogotanos, el país entero, quizá. Las palomas, las llamas, al igual que nosotros, se suman al caos que define este lugar.

También la catedral hace su parte, aunque la vida está afuera. La gente llega para encontrar razón, sentido, verdad, revelación. Hacen unas oraciones, rezan, encuentran certeza. Me causa curiosidad esa extraña fe de la gente. Esa creencia en que se van a salvar por allá en un cielo lejano. Me da un poco de envidia, tal vez —se tienen más que a ellos mismos para afrontar las complejidades del mundo—, pero me pregunto por qué no intentar la salvación acá… es más, me pregunto de qué quieren salvarse. Será que me cuesta entender porque me inclino por una vida más simple, más libre. Creo, como tantos muchos creen lo contrario, que la eternidad que buscan no existe. Que lo que realmente importa no dura más allá de un instante. Avanzo ignorando seres malvados… y evito el descontento. No resulta siempre, pero logro un buen balance.

Y entonces la vida parece detenerse, diluirse. Se escurre. Me confundo. Divago. En la iglesia, rodeada de silencios, a veces encuentro serenidad, casi siempre; otras, mi estancia allí se convierte en molestia. Queda rondando algo en el aire, algo que guarda un secreto.

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