El jueves
Cada día un nuevo
rumbo. El esfuerzo que supone salir de casa cuando sé que el destino es la
oficina se multiplica. Lo dejo ser. Enfrento la mañana gris con su aire helado.
Me embarco en un recorrido sin tropiezos, probando una ruta diferente. Pienso
antes de entrar al bus en dejar que el azar y la suerte hagan lo suyo, confío
en que lo que viene será favorable. A veces prefiero no intervenir demasiado. Resulta.
Llego a la misma hora, quizá unos minutos antes. No está mal para ser tan
lejos. Hago pausa cafetera antes de entrar a laborar. Tengo una jornada
productiva. Me dejo llevar menos por la dispersión, en medio de tanta gente
prefiero concentrarme. Curioso. Salgo en busca de almuerzo. A veces, es tanta
el hambre que se me va la mano en la selección del plato. Antes de terminar la
entrada pasa la urgencia…se calma el hambre, como leeeentamente. Me da por
escribir ideas descabelladas, entretejerlas con otras más sensatas,
confundirlas con memorias, abrazarlas con recuerdos distorsionados, darles un
toque de magia, imaginar que son verdad. La tarde avanza a paso tortuga, y el
pronóstico de tormenta torrencial se materializa. El diluvio dura hasta antes
de las cinco. Salgo antes de las cinco. Recojo mis pasos en medio del chapuzón.
Llego a destino con quince minutos de retraso. Elegimos vino. Brindamos. Nos
reímos. La vida y sus ratos de esparcimiento caen perfecto. Las historias que
necesitamos, muchas conspiraciones y la compañía que nos alegra el día.
Bonus. Me invaden las ganas por leer un libro, otro…. Empiezo uno, paso al siguiente, abro aquel, y hojeo el de más allá́, no termino ninguno. Últimamente así. Sigo con Un caballero en Moscú, La posibilidad de una isla, empecé Polvazo.
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