Sin brújula ni mapa
Comencé la reunión,
pero no entendí nada.
—¿Me citaron para
esto?
—No, pero a veces
viene bien dar contexto. Otras veces se entra en materia directamente.
El tiempo pasa y el
contexto es lo único en escena, el nivel de locura crece exponencialmente. Y
todo así. Sin estructura, pero con agradecimiento. Sin propósito, pero con
flores y piropos. Mientras tanto, mi cerebro, entumecido todavía, procura
encontrar el camino. No lo encuentra. La salida tampoco. Antes siempre tenía la
opción de huir y darme un aire, pero el resultado era —y es— muy parecido: el
trabajo me lleva a un lugar en el que la vida queda anclada a un espacio
concreto, estrecho. Un lugar en el que todo me parece ineficaz e inútil. Me
quita tiempo. Me pregunto qué pasaría si pudiera reducir todo eso. Saltármelo y
vivir de otra manera. Con otro ritmo, en un tono que me haga sentir bien.
En el laberinto de
papeles y correos electrónicos que acumulo, las palabras solo sirven para
transmitir datos, quejas, problemas una y otra vez diagnosticados. Siento que
empiezo labor y cada reunión, cada llamada, cada presentación, me devuelve al
comienzo de este siglo. Parece que conjuran ausencia estatal con archivos
adjuntos, con encuentros virtuales, con guías y herramientas que siguen sin
servir. Siento que hacemos lo posible porque las palabras, habladas y escritas,
porque el lenguaje pueda ser algo más que solo comunicación, que haya un
resultado mayor. No resulta.
Sigo en la reunión.
Giro sobre la duda. Siento una mezcla de alivio y desconcierto, parece que
estuviera esperando una reprimenda, pero no llega. Todo es tan pacífico... Algo
en el ambiente no encaja, pero no logro descifrar qué es. Dije poco. Tendría que
haberlo dicho de otra manera. Es tarde ya para aprender. Lo intenté y quizá lo
vuelva a intentar.
Salgo
y pienso que habrá otro tiempo, otro hoy. Ojalá no igual.
Tengo sueños que me
dan valor, y de esos sueños, que a veces no recuerdo bien, que quizá me
invento, he aprendido a vivir buscando la esperanza, algo que aún valga la
pena. Y seguiré soñando, aunque el camino esté lleno de trampas, aunque no sepa
si cada paso que doy es firme o es una caída disfrazada.
Al margen
Trámites. Esta
semana, solo la urgencia por facturar hizo que dedicara un par de horas, de
días en realidad, a una nueva modalidad de cobro. Cada vez que tengo que hacer
un trámite importante, termino complicándome de alguna forma. Tal vez por eso
no me esfuerzo mucho en entender cómo funciona todo. No es un acto de rebeldía,
o también, pero es más una necesidad de supervivencia. Acepto mi incapacidad a
la hora de llenar formularios, facturas y declaraciones. Todo lo que depende de
presionar un botón que me obliga a aceptar o enviar hace que sienta que tomo
decisiones irreversibles. Sobre todo cuando los impuestos entran en escena. El
tiempo, la indecisión, pfff, creo que fue una prueba superada. Cruzo los dedos
para no tener sorpresas.
Tomo notas. Lo que escribo, aunque sea con un lápiz que se borra con el tiempo, se queda grabado en alguna parte de mi mente. Más o menos. De alguna manera, escribir me permite conectar puntos, instantes, instrucciones. Es una conexión lenta pero directa. Funciona porque exige tiempo, atención. Creo que sirve aunque a veces encuentro apuntes que no sé de dónde vienen, no sé qué quise decir. No porque la letra sea ilegible, o no solo por eso, también porque suena a incoherencia y locura pasajera.
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