Según como se mire
Es domingo acá y en
otros muchos lugares. Es muy temprano o en realidad demasiado tarde. Iba a
pasear por la montaña, pero me di permiso ―otra vez― de quedarme
tendida en la cama. Tuve una epifanía sobre la vida mientras veía un pájaro
robarse la comida de Charlotte y pues, frente a la ausencia de mis chicos, qué
más da permitirme un poco de flojera. Me gusta como se asoman por la ventana de
la cocina los colores de la mañana, los vi hace un rato. Antes preparé desayuno
tradicional, estuvo rico, aunque faltó variedad en la fruta. Me doy una
palmadita en el hombro por la rapidez con que pelé y corté mango y pitaya, molí
y preparé café, freí huevos, doré arepas y serví con maestría. Es lo de siempre
cuando estoy sola, pero agilicé y mi má encontró todo servido. Después examiné
mi cara durante un buen rato en el espejo. Desde que dejé las sesiones de yoga
facial ―solo hice cinco, quizá seis― no había vuelto a mis “líneas de
expresión” y pfff qué cantidad. La frente tiene surcos cada vez más profundos.
Igual, creo que está en condición de recuperarse, sigue teniendo opción … no
habrá bótox, claro que no, pero quizá sí sea hora de retomar el yoga, el agua,
poner más bloqueador ―también tengo nuevas manchas y las viejas están más
oscuras― y dejar de fruncir el ceño porque sí y porque no. Parece que
estoy al mismo tiempo más vieja y más joven, no es lo que dice el espejo, es lo
que me digo yo; pero con ligereza y a mi ritmo detendré la rapidez del
envejecimiento de la piel. O no. Lo intentaré. Ayer, en la negrura de la noche,
pensé que llovería, pero no y hoy pega el sol desde ya. Cambia el tono del
campo… el pasto cruje un poco. Los esplendidos resplandores veraniegos están
bien, pero ya necesitamos algo de remojo. El campo y yo. Me entregaré en lo que
queda del día a cualquier experiencia cotidiana y esperaré también alcanzar la
sabiduría, sucesiva e interminablemente; así de elevadas mis aspiraciones
dominicales.
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