Así, sin anestesia
Tuvimos una estupenda
cosecha para empezar el año: papas, lechugas, cebollín, cilantro, zanahorias.
La huerta estuvo muy productiva, aun cuando el verano se instaló y no ha dado
tregua. La vida, radiante y fugaz, ha tenido un poco de todo: las vacaciones y
el comienzo de año afectado por el intento permanente de superarme, ese
esfuerzo una y varias veces fallido. Ni pasos, ni agua, ni trabajo constante,
solo papel y lápiz.
En mi recuento queda
lo que me marcó: los momentos compartidos, las risas, los paisajes, las
emociones, y esa conexión con los demás y con la naturaleza. Lo que más me
emocionó fue regresar, no hay nada como volver a casa. Lo que más me costó fue
retomar el trabajo, ese esfuerzo de arrancar de nuevo, como si el tiempo y el
espacio se hubieran diluido en el regreso. Y lo que quedó pendiente, lo que
siempre queda pendiente, fue alimentarme mejor, sin sobrealimentarme.
Empieza el año y de
alguna manera, siento que está a punto de cambiar el curso de la historia. Pero
esa idea, esa energía de transformar algo, se disuelve rápido, pierde fuerza.
Porque, en realidad, lo que sigue es el día a día, con sus pequeñas fatalidades,
esas que no supero fácil: la ineficiencia y la desidia. Se cuelan, se instalan,
y no hay mucho que hacer más que aceptar que, a veces, forman parte nuestro
tránsito. Pese a ello la suerte del campo sigue ahí. Los frutos de la tierrita
se mezclan con la prisa del ahora.
La estridencia de la
primera semana de este 2025, con sus boulangeries, sus calles heladas y
decoradas con flores, sus ventanas coloridas y el tiempo transcurriendo
lentamente con el sonido del agua en algunos destinos, dio paso a unos días de
quietud absoluta en la city. Poco a poco, me fui reencontrando con la
cotidianidad, y, de repente, despegué. Fui dejando atrás sueños que no se
dieron, incluso pedacitos de mí de otros años. Pero es precisamente en esas
pérdidas, en lo que dejo atrás, donde nacen nuevas realidades.
Otro mes que se fue
con sus puntos, sus notas, sus apuntes. Con las voces y susurros que se suman a
las imágenes que capturó mi teléfono y que recreo con los recuerdos. Con lo que
quedó de un recorrido viajero al otro lado del océano, con lo que quedó del
cielo azul y su contraste con el verde que empieza a tornarse amarillo en el
campo sabanero. Con lo que dejan las celebraciones con exquisiteces, los
rituales cumpleañeros, los artificios e impulsos de vernos en un nuevo año,
repleto, supuestamente, de nuevas oportunidades.
Se acabó enero. Se ha
ido el primer mes del año y, con él, ya nos acercamos al siguiente, rápido, muy
rápido. Pero todo queda aquí, un fragmento de lo vivido suspendido
virtualmente, como un gesto que se comparte y se disuelve. Palabras que, aunque
no cambien nada, de alguna forma me mantienen conectada con algo que parece más
grande que el suceso mismo, para escapar, a veces, de esa sensación de vacío
profundo.
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