Ni tan mal

Sábado de velitas, vino y empanadas. Una tarde de agradecimiento e ilusión. Un finde sabanero perfectamente ambientado con su sol brillante, su frío y su viento helado.

El viento que no parecía muy fuerte decidió enfurecer de un momento a otro y lanzó a volar la carpa que alegremente habíamos instalado para cubrirnos del sol. No quedó rastro.

El jardín repleto de florecitas y de muchos insectos que comen hojas y pétalos… y acaban con mucho de lo que hay, pero dejan algo de color. Un árbol repleto de frutos que caen aplastando los seres minúsculos que circulan a la sombra. Un árbol que da sombra. 

Una jornada en la que me he dedicado a estrenar la maravillosa casita de cristal, a leer por ratos, a ver una serie de principio a fin, y sería todo. La quietud se apoderó de mi y creo que sabré perdonar la vagancia, a veces se siente bien. No todas las decisiones que tomo han sido acertadas, pero este par de días tuvo flores, nos reencontramos con amigos queridos, abrimos una botella de vino, o dos, servimos menú navideño. Lento, pero fantástico. ¿Qué más se le puede pedir a la vida? Nada.

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