Jueves, día seis

Estrasburgo me está haciendo muy feliz. Mucho. Ayer salió el sol desde muy temprano y salimos también a pasear, a buscar belleza por ahí, en cualquier rincón. La ciudad es encantadora. Alquilamos auto y dimos vuelta por la city, recorrimos un parque temprano, verde, con algunos árboles que conservan sus hojas. Vimos algunas florecillas apareciendo entre las ramas. Fuimos al centro, caminamos la Petite France, nos mezclamos con la gente, los turistas, la multitud. El sol de invierno pegando fuerte parece calentar un poco, no es tan así, pero se siente poderoso y la sensación es maravillosa… Comimos salchicha con chucrut y tomate, acompañamos con crepe de nutella y banano, un auténtico disfrute. No sé si es lo mejor que hemos podido elegir, pero era mercado navideño y estábamos antojados. Volvimos al apto para una breve reunión —ah, el apartamento resultó estupendísimo—, preparar almuerzo, una pausa. Asustamos al vecindario entero, tuvimos ayuda para apagar la alarma contra incendios, el humo salió, parecía una catástrofe, pero solo fue pizza más caliente de lo normal, un poco achicharrada, y la familia de al lado y la de más allá, unos dentro del apto, otros en la puerta. Solidarios y consternados.

La tarde noche estuvo iluminada, colorida y muy saturada. Escogimos destinos con cientos más. Caminamos entre los empedrados de las calles y los rieles del tranvía. Caminamos lentamente y con paciencia detrás de muchos y delante de otros cuantos. Pero fue lindo. Fascinante. Qué impresionante la catedral, qué preciosos los canales que recorren la ciudad. Qué cantidad de lucecitas navideñas, qué enorme el árbol. Qué cantidad de cositas innecesarias, curiosas y bonitas. Cada puesto con su toque particular. No acertamos con los alimentos del día, pero qué rico estuvo el queso que nos quedó de París y qué reconfortante el pollo asado que compramos de vuelta a casa.

 

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