Diez de diez, o casi

Llegó diciembre, se vivió… está por acabarse. En un suspiro se está yendo, con sus lucecitas, su congestión, su tiempo seco. Se acaba con la firma de un muy breve e intenso contrato de trabajo -con lo cual se liberan nudos y un poco de tensión-; con el cierre de la temporada de celebraciones cumpleañeras -en un restaurante que no estuvo mal, pero que tampoco fue de lo mejor, aunque el postre brilló-; con las urgencias previas a un viaje, entre la ansiedad y la emoción, cruzando dedos para que todo salga como se espera o mejor. 

Comenzaron las vacaciones, las escolares y el paseo, y antes de partir a nuestro destino hubo estrene de look para el joven y también una reunión del nuevo trabajo previo a la salida. Nos tomó una hora llegar al aeropuerto, pudo ser mucho más. Llegamos cómodos y pagamos un precio razonable. Todo en orden aun cuando a Pancho casi lo dejan en migración… pues no, no tan así, pero le habían hecho un ingreso equivocado en alguna entrada al país… como turista, y pues increíble que a estas alturas no se supere la extranjería. No pasó nada. No mucho. Nos instalamos con suficiente tiempo en la sala de espera. Mis chicos fueron en busca de algo para comer. Algo que resultó apenas normal, regular. Pretendí mejorarlo con un café. Padecimos la lentitud en el servicio y la equivocación del pedido. Terminé tomándome un chai dulce que nadie pidió e imaginé a alguien por ahí reclamando con mi cappuccino. Me aguanté una fila eterna para entrar al baño… envidié a mi hijo a quien sólo le tomó un minuto el trámite. Pancho consiguió una buena ubicación en el avión, adelante, justo en la fila donde el espacio entre sillas se reduce. Bien para mis cortas piernas, no sé qué tanto para los demás. Partimos justo a tiempo. Día soleado, azul intenso, escasas nubes de formas maravillosas, mi mente en plan divague, lecturas, películas, conversaciones tranquilas, frivolidades, naderías. El océano. Algo de beber, poco de comer. Ligera turbulencia. El sol del atardecer desprendiendo destellos. Un blanco denso seguido del negro profundo. El sueño de mis chicos, la envidia de nuevo porque no logré dejarme abrazar por Morfeo. Nueve horas y cuarenta minutos hasta destino y finalmente llegamos. Y eso. Hasta la vuelta, o antes si me animo finalmente a documentar nuestros días franceses.  





 

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