Al calor de la lluvia y el viento

Nuestro segundo día de vacaciones tomó un rumbo particular.  Después de doce horas de sueño, luego de habernos maravillado con librerías, floristerías, cafés y demás lugares con encanto vistos y visitados el primer día, empezamos con drama de por medio. Valga decir que tuvimos un desayuno de reyes con frambuesas, frutas de estación, huevos al gusto y los mejores quesos sobre un baguette recién salido del horno. Pero, luego de esto comenzó la presión por salir, llegaríamos tarde a destino, lo único planeado y teníamos que llegar a tiempo. Corre, corre, malas caras por salir apresurados, encontrar la estación sin máquina que vendiera tiquetes para el metro, devolvernos, correr más, comprar, esperar, subirnos al metro, llegar a la estación.  Aire de desesperación. Entrar por un lado, devolvernos otra vez, entrar por otro lugar, correr, correr más, llegar dos minutos tarde. Perder el tren. Luego del instante de frustración, no tuvimos más remedio que esperar el siguiente y una vez nos instalamos en el segundo piso, tuvimos un paisaje completamente invernal en el que poco a poco empezó a brillar el sol.

Prevaleció el silencio en la ruta. Perdí la mirada en la ventana. Vimos estaciones y estaciones, lugares, gentes de aquí y de un poco más allá. Chino japoneses everywhere.  Sus miradas esconden preguntas, apreciaciones, ideas, tal como la mía. Cierta admiración también. Hubo momentos, instantes y minutos. Un recorrido corto, pero entretenido. Nos disponíamos a salir en busca del Palacio y un alto hizo que nos devolviéramos, marcha atrás, no pudimos pasar.  En medio de la carrera que protagonizamos para llegar, no nos dimos cuenta de que compramos un tiquete que solo servía hasta una estación determinada, superamos el límite y un muy amable francés nos explicó esto y aquello y nos multó. Tuvimos suerte, solo nos puso una penalidad, no tres, como se supone que correspondía. 35 euros a las arcas francesas. Aliviados porque solo fue una salimos a la inmensidad de Versalles. Hicimos una fila muy expedita y logramos entrar una hora más tarde de nuestra visita programada. Más aliviados todavía por no haber perdido las entradas, empezamos el recorrido felices. Nos sorprendió tal inmensidad. Lo disfrutamos mucho. 

Salimos a los jardines, frío intenso, viento helado. Pausa para un chocolate caliente. Caminamos largo y despacio. Inventamos historias, comentamos esto y lo otro. Pasamos muy contentos y de repente estuvimos fuera recorriendo las callecitas de Versalles. Chocolaterías. Panaderías. Boutiques elegantísimas, con vitrinas bellísimas.  Preparación de pan a la vista de todos. Poquísimas personas caminando, empezó la lluvia, siguió la lluvia, no terminó hasta que estuvimos de regreso a París. La tarde será otra historia. Las fotos las organizaré después.



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