Lugares abiertos

A veces el día se levanta lluvioso y decido desafiar al frío. Mirar al cielo, encontrar matices y claroscuros. Descubrir extraños tesoros bajo los árboles y pisar hojas color naranja. Me gusta resolver la vida siguiendo las nubes, también ver mi reflejo en el agua. Oír la lluvia sobre los pétalos de las flores alarga el tiempo fugaz y me impulsa a estar presente en el entorno sin pensarlo mucho. Sin darle vueltas. A veces la brisa se intensifica y siento el baile de los sauces. Toda la vida viéndolos y me siguen gustando. Me gustan siempre. Ocasionalmente la densa capa de neblina invade el ambiente, me preparo un café. Una taza de cappuccino perfecta, con su espumita y su dulzor, en su punto justo y a la temperatura ideal. Otros días el aire está muy limpio y el azul tiene un brillo profundo. En días así, percibir la inmensidad de vida que flota alrededor no deja de sorprenderme y fascinarme. La belleza de las cosas sencillas, de lo cotidiano en la naturaleza hace que logre el equilibrio, haciendo caso a mi ritmo interno. Al fin y al cabo, soy silvestre, me voy dando cuenta. Soy más verde que otra cosa. Soy, como soy… una más en este mundo en el que todos queremos que nos quieran. Una más que quiere y tiene a alguien a quien querer mucho, muchísimo. Todo.

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