Escribir en el aire


Correr para llegar a tiempo, seguir corriendo para abordar, instalarme en la ventana, ilusionarme con el pedacito de luna y la ciudad iluminándose, despegar, volar, empezar descenso… ascender súbitamente, sobrevolar alrededores, regresar al punto de partida. Esperar noticias, permanecer en el avión, seguir esperando, esperar recarga de combustible. Alistarnos para un nuevo despegue, esperar turno de salida, esperar más, despegar, disfrutar la oscuridad y las lucecitas en tierra, volar.

Aproximarnos a destino, comenzar descenso, descender… y todo de nuevo, elevarnos otra vez, sobrevolar, seguir sobrevolando, esperar entre nubes, regresar. Aterrizar en el origen. Más de cinco horas dentro del avión para un vuelo de treinta minutos que hicimos cuatro veces. No lo logramos. Cuando pasan estas cosas irremediablemente recuerdo aquellas veces en las que los planes se han alterado… ese viaje a Dominicana en el que necesité una visa que no tenía, las vacaciones a México en las que estuvimos casi secuestrados en el avión, un regreso después de días de playa en el que intempestivamente nos dejaron en Cali a nuestra suerte, cuando el joven era bebé. Varios más. Comienzos o finales de paseos que nos obligan a replantear actividades en medio del cansancio y la incertidumbre. El destino y su devenir concentrado en una fracción de día. En fin, pero como en los aviones -ni en los autos- puedo dormir, anoche me dediqué a tomar notas… Escribir para poder ser quien quiera y descansar de mi por un rato.

A veces me olvido. Nunca se me dio bien cocinar y menos aún cantar. Lo intento ocasionalmente. Confirmo que lo hago mal.

Unas cuantas frases. Las palabras me persiguen. Las encuentro yo o me encuentran ellas a mí. Son solo palabras, pero están por todas partes. Atrapo palabras viendo gente, las rescato. Y las guardo. Las que ya conozco y las que faltan por conocer. Me gustaría saber su origen, sus variados usos, me gustaría saber tantas cosas de ellas. En el descubrimiento, en el camino a conocerlas, está todo. Aprender de ellas viene a ser, más o menos, la gracia.

Aventura. Iba tan rápido y con tanto impulso que creía que en algún momento iba a traspasar la barrera del tiempo. Pero no tenía miedo. Me gustaba sentir que la velocidad me hacía bailar en el aire y bailaba. Me desperté.

Me quejo amargamente. Superé esos días en los que te limitabas a contestar lacónicamente, empezaste con monosílabos y dejé de esperar tus “carcajadas”. Noté clara falta de interés, ni el más mínimo esfuerzo por saber algo de mí. Solo generalidades en la conversación. Estarías en otras cosas, supuse. Y me parecía bien. Pero siempre hay alguien dispuesto a recordar y esa soy yo. Aunque creo que me acostumbré a la distancia y ahora apenas me produce nostalgia todo eso que se nos quedó en el camino. Porque entendí que, de un momento a otro, con una velocidad inesperada, puede ser superado, convertirse en irrelevante, hasta desaparecer. O no. Puede también transformarse, dejar de ser fugaz. Volverse eterno.

Un paréntesis en su vida. Una simple anécdota en la que conoció otra parte de sí, en la qué tal vez alimentó su vanidad.

Encrucijada. El laberinto de mis recuerdos es enorme, riquísimo y lleno de conexiones, de puentes que enlazan las derivaciones de mis sueños, de aquellos que no se han perdido. No creo que el fenómeno sea tan raro, por el contrario, es de lo más común, pero es difícil darle nombre a lo que pasa dentro de la mente. También fuera de ella. 

Oscilan voces. En medio de la profundidad y la reflexión sobre algunas desgracias, el azar o la suerte, la oscuridad y la sombra, la muerte y la vida, entran en un círculo de asombro, risa e indignación. Se burlan, ríen más de la cuenta, tal vez mucho para estar refiriéndose a temas tan serios. Cambian el semblante a veces, es indiscutible que se entretienen. Se les acaba el tiempo como tantas otras cosas.


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