Campo de guerra

Se sintió en tierra de nadie, su destino no parecía seguro. Encontró un grupo de niños asustados, se dispuso a narrarles un viaje al fondo del mar. Ese que no conocía. Ni el fondo, ni el mar. Lo imaginó turbulento, oscuro y bajo un cielo sombrío empezó a sumergirse en el misterio de un oleaje peligroso y sobrenatural. Así se los contó. Fue una inmersión fascinante y mágica, un recorrido descrito con precisión y delicadeza. Noto la emoción y la expectativa en los ojos de su público, habían olvidado el entorno y acompañaban la aventura, pero se dio cuenta de que en el camino a la profundidad no tenía claro hacia donde ir. Cambió el rumbo. Dudó. Todos callaron. Volvió a fluir y con la lentitud de una caricia los sacó del agua y los llevó al espacio. Su corazón empezó a latir más fuerte. Con esa facilidad que encontró para conmover, de una manera sencilla y hermosa, desapareció las señales del mundo despiadado en el que estaban y desde entonces se encuentran a diario, se asoman a historias fantasiosas, entran a un mundo de sueños, en el que todo puede suceder. Lo posible e imposible. Por instantes lo olvidan todo y recrean sucesos fantásticos hechos de palabras, algunas que se escapan, se deshacen en el aire, pero mientras tanto se calman y emocionan.



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