Conviene matizar

Salir, cerrar la puerta, dejar atrás la comodidad y el abrigo. Evitar el ascensor, correr por la escalera. Cruzar un par de palabras con el portero. Mirar al suelo, el andén, las hojas. La irregularidad que empieza a asomar. La gente que pasa veloz, los que adelantamos a mi paso corto, los que cambian de andén. Sentir un poquito de sol matutino y avanzar en la ruta, en la conversación de esto y lo otro, del cine y las bandas, de las responsabilidades. La despedida. 

Seguir el camino de silencio en medio de los sonidos urbanos. El de los autos y los buses con la velocidad a media marcha. El de las motos ruidosas, las bicis rápidas y las scooter desenfrenadas. Permanecer en mi universo paralelo. Procurar el gozo infinito y el disfrute de las cosas simples de la vida. Percibir las imágenes reflexivas, mi propia mirada. La misma que ignora muchos seres que se mimetizan hasta que el espanto acude. Los ojos, que me miran de manera fija y penetrante, del roedor que nunca tuve oportunidad de prever. El corazón que late con fuerza, las voces y las risas que llegan. Acelerar con ímpetu. Cambiar el ritmo, lograr el minuto de calma. Quedan pasos con dejo de perturbación. 

Me asustan, muero de asco cuando los veo, me molesta que me alteren. Temo tener pesadillas con esos ojos que parecían más asustadizos que los que debí tener. Está todo dicho. 

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