Acá, aquí, ahora

Primer momento. Despierto, paso a la mesa medio dormida, pero feliz. Primero el par de huevos y el trozo de pan, luego el café, la fruta, más café, más fruta, le hago siesta al desayuno, cinco minutos nada más. Me aplico un poco de exfoliante que deja la piel fantástica, me ducho rápido, me pongo aceites y cremas, omito el espejo, salgo, desvarío, recibo aire, camino, y antes de que las preocupaciones se instalen les reduzco su espacio para que comiencen a evaporarse.

La mañana. Afanes exagerados e irrelevantes. Sentires de arrepentimiento, descorazonador quizá, por un instante. El brillo del sol que deriva al disfrute, a la alegría. La atmósfera calma, la sencillez del encuentro casual.

El mediodía. Me resistí, lo intenté, pero luego pensé que quizás sería mejor ceder al impulso y abandonarme de una vez... estaban horneando brownies, sentí el aroma, di vía libre al deseo. Me gusta quedarme en la terraza un segundo o el tiempo que sea. Me traen café, lo saboreo, una tarea que exige lentitud, calma. Me sienta bien, así olvido lo absorbente y poco sano que resultan a veces otros asuntos. Pero miro el reloj, me apresuro.

La tarde noche. El frío presagia lluvia. Intento trabajar, pero la calma me distrae y el ruido me resulta intolerable. Escribo, edito, corto, pego, intento en vano ordenar, organizar, e insisto hasta que uno de esos golpes de fortuna me sonríe y termino. El día se desvanece. Tranquilo.

Entre el venir, el regresar y el trabajar se me va la vida. En semana estoy cansada y mejor que la vida se me pase viviéndola de verdad y no solo existiendo porque tengo la sensación a veces de que estoy lejos de mí. Viajaré de regreso. No sé si lo conseguiré, pero ahí voy.

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