Cuánta cosa

El recuento cronológico de los momentos que han ido pasando en una semana escurridiza. Calles una y varias veces recorridas. Un rincón del mar…Comenzar la ruta deprisa, cansarme, medir fuerzas, bajar la velocidad, lograr el ritmo cómodo y perfecto, aquel con el que llegaría al infinito y más allá, viendo, escuchando e imaginando, siempre imaginando -la imaginación es poderosa-. Llegar a destino siempre, aunque si no, darme cuenta de que no pasa nada. Soñar otro viaje perfecto, siempre hay uno. Algún destino, una estación, una montaña. Un rayo de sol que pasa veloz y nos ilumina fuertemente.

Me olvido de todo por un rato. Disfruto la zona de lectura playera. Intentando apagar estímulos, procuro el silencio y descanso. Funciona. Leer un poco, escribir otro tanto, dar largos paseos, sumergirme a veces, bailar. Busco también posibilidades de aventura, Pancho me anima a experiencias novedosas y algo salvajes para alguien que aun creyéndose veinteañera, pasó por ahí hace un tiempo largo. Y entonces, un día, me lanzo al ruedo en una jornada épica vital. Me divierto.

Sin horarios. En la playa, despeinada, pensando sobre esto y aquello, con un libro a medias. La detención del tiempo, un horizonte temporal particular, uno que, sumado a la inmensidad del paisaje, hace que recorra por instantes otros mundos. Me transporto a otras vidas. Me sorprende siempre reconocerme en personajes fantásticos o corrientes, aquellos que aparentemente no tienen nada que ver conmigo, pero que de pronto, han vivido un sinfín de sucesos que podrían asemejarse a los de mi propia vida, con matices claro, más rocambolescos.

A veces describo, me cuento, cuento; otras reflexiono, intento traducir sensaciones. No sé cómo, pero sigo intentando. A veces dejo los recuerdos de lo vivido por acá porque si no rápidamente se vuelven difusos, se transforman en memoria distorsionada. También los distorsiono cuando los escribo. A veces me gusta dormir con la ventana abierta y adoro nadar, bueno, flotar. Me siento silvestre y feliz. Me ponen contenta las grandes dosis de vitamina D a la orilla del mar. Me siento conectada con la naturaleza, el sol se pone lindo por acá, siento intimidad y confianza con flora y fauna, una conexión ideal para despojarme de preocupaciones. Cuesta en ocasiones entender el rumbo de las cosas, pero paso por alto y me concentro en el tiempo para lo importante, sin hacer nada. En ocasiones solo quiero ser.

Pájaros, iguanas, insectos, todo en multitud. Gatos y pulgosos también, aunque con una presencia mesurada. Extraño al chiqui. Le gustaría ver el amanecer con nosotros, escapar de su luz desde la playa, o tal vez no, pero lo extraño igual.

Vivir despacio tiene su encanto y estos están siendo unos días bonitos, de calma, no muy bien fotografiados, pero inolvidables, con el olor y el sonido del mar al despertar, con la magia y los efectos especiales de las alteraciones climáticas.  Justo lo necesario para tomar impulso y volar. Volveré del modo más amable y cordial posible. Abandonaré el estado inestable y volátil. Así... bueno no, de nuevo, tanto y cada vez más pretenciosa. Volveré y punto, pero todavía no.



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