La esencia del día

Al despertar. Aventurarse, darse vía libre en instantes brevísimos y esenciales: vivir una especie de delirio para no perder la capacidad de asombro ante lo que puede parecer cotidiano.

En la mañana. Sumergirse en historias simples y reflexivas: espacios o momentos que son refugio y amenaza.

Al mediodía. Permitirse compartir el mundo de forma emocionante: congelar instantes, celebrarlos, inspirarse en lo increíble y volverlo asombroso.

Cuando cae la tarde. Convertirse un poco en alguien extravagante: dejarlo ser aventura y condición vital.

De vuelta a casa. Abrirse camino, saltar barreras, aligerar el equipaje: disfrutar esas historias íntimas e irrepetibles que surgen en la ruta.

Al llegar la noche. Aceptarse con el poder de la imaginación y la fuerza de la naturaleza... completar aquello que es imperfecto, la existencia.


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