Desordenados e imperfectos

Apuntes sobre lo que se recuerda y lo que se ha ido, la observación de los días. Algo de familia, un tanto sobre el cuerpo, el hogar.  Ese lugar en el que cobijarse y al que regresar. La semana en desorden. Su silencio y el ruido de fondo. Los destellos de belleza y el florecimiento de la vida tras las lluvias recientes. Reverdece el paisaje y se limpia el cielo. Veo fotos y videos de instantes bonitos en la cotidianidad porque necesito ver, a veces, cosas mías y de la vida que se me escapan. Repasar algunos de mis momentos más intensos y felices. Las cosas que me mantienen a flote. Una oportunidad de volver a ver, resignificar. Encuentro imágenes llenas de sol mientras un rayo de luz entra con fuerza por la ventana. Me gusta. Si lo pienso, no hay tanta diferencia entre lo que aparece en la pantalla y lo que surge tras el cristal, o quizá mucha. Lo que podría haber sido, la idea perversa de repensar los “y si”, el haber decidido otra cosa, todo lo que podría volverse a hacer, ¿y si lo hubiese hecho así? De vez en cuando llegan situaciones que hacen que el mundo salte por los aires, surgen fracasos e inseguridades, pero en simultánea está el sol, la montaña, las palabras, los abrazos, los cuidados de la familia, los amigos. Las flores. La vida sigue siendo maravillosa y tal vez nada sea tan grave.

Repasar los días en medio de la vida lenta y a todo color en este sábado de sosiego. En esta tarde después del agua, del almuerzo delicioso y de la siesta. Aceptar decir adiós, aceptar que la vida sigue su curso y que se pueden mantener recuerdos maravillosos.  Intento recordar impresiones y experiencias, ideas, lo que veo y lo que imagino cuando veo más allá.

Lunes. Pasos mañaneros. De tanto en tanto me detengo a mirar. A veces cambio el rumbo, giro por algún camino que encuentro, acabo en una dirección completamente inesperada y en algunos casos, cerrada, retrocedo. Jornada casera, laboral, pero virtual. Procuré concentración sin éxito. Ausencias. Seguí el ritmo en el gimnasio, también sin éxito.

Martes. La burocracia difícil. Las preguntas aburridas, esas que nunca se hacen y cuestionan. La visita domiciliaria. El sinsentido o el sentido mismo que prefiero subvertir. El reto de la uni, escribí, lo intenté al menos. Todavía no sé cómo resultó.

Miércoles. Hacer fila, esperar, pedir el café habitual, no tener con qué pagar. Dejé la billetera, otra vez. Contar posibles cambios, unos que nos afectarán a todos. Anticiparse sin certezas. No saber cómo, ni cuándo llegará la realidad que se avecina, sin saber si llegará.

Jueves. Ver dos veces y mil más, descubrir rasgos diferentes. Me gustan las historias, los detalles, que me cuenten el ayer, captar gestos y costumbres en la espontaneidad de una conversación. Identificar elementos soterrados. Frases que entretejen tristeza y luminosidad. Hacer que lo que fue perdure. Ojalá para siempre. El recorrido bajo la lluvia, el taxista y el gobierno celestial.

Viernes.  Un rato de mal genio en la mañana porque mi pase sigue en veremos por la incompetencia de uno o varios y quizá porque no me moví a tiempo a buscar solución. Un instante de trópico en el transmi con jazz latino y salsa entonada por un par de rolos con mucho ritmo. Una pizza de despedida. Un momento de pánico porque mi pierna se quedó atrapada en la puerta del bus mientras la otra ya estaba en el andén. Un té de mango y durazno conversado. Un monólogo profundo y doloroso  -Prima Facie- en el teatro Nacional.

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