A salvo de la desdicha
Despierto y siento la
urgencia de seguir el rastro de una palabra, de una frase que se queda atrapada
en mi mente, apareciendo una y otra vez. Mientras tanto, la luz del amanecer
rebota en mí y, entonces surge un gesto, el de un cuerpo que se revela sin reservas,
disfrutando de su propia existencia.
Leo y en cada párrafo,
encuentro no solo la voz, también el deseo, la necesidad de libertad del
protagonista que busca el espacio exterior y abre las puertas a un desfile de
historias, relatos de anhelos. Algunas revelaciones cotidianas.
Escribo y la vida va
siendo como una serie de pequeños misterios esperando ser resueltos. Entran en
escena unos personajes sosegados, atrapados en su propio mundo, que intentan
danzar al compás del viento. Implacables, casi ciegos de tanta luz. Los dejo ser.
Converso y deshilvano
celebraciones y acontecimientos. Paseos y reflexiones. Aventuras y planes.
Entiendo la vida con sus ciclos, sus olas y sus mareas. Descubro mentiras que
se han vuelto verdades. Y no importa.
Camino y convierto
rostros en vidas simples, curiosas, con relaciones rotas, en soledad, o
intensas y apasionadas. Les doy un vuelvo a las miradas dramáticas, les entrego
algo cercano a una liberación, las despojo de su dolor, de la tragedia de lo
que no ha podido ser.
Pienso y me sumerjo en
un espacio flotante. Me encuentro con mis versiones del ayer y del futuro,
ambas diferentes a la de hoy. A la par imagino sonrisas no vistas, miradas que
se han perdido en el aire y sentimientos que se quedan sin pronunciar. No tienen
nombre.
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