Sábado urbano

Despertar frío, pero seco. Ascenso multitudinario al cerro tutelar de la city. Un recorrido folclórico, democrático. Entretenido. Menos tiempo que hace unos meses en una subida con más intensidad. Adelantando a muchos, dejando atrás conversaciones sobre asuntos diversos, muy diversos; también pasando por alto, intentando al menos, los alimentos y sus aromas. Demasiado fermento en la ruta.

El desayuno tardío. Lo acostumbrado después de llegar a la cumbre. Los panes de crepes que nos encantan, la taza de frutas frescas con marañones, nueces y almendras, la variedad de los huevos y el café que se repite.

La visita a la peluquería que se prolongó porque la tarde fue invernal, ruidosa y con granizo. El agradecimiento por la lluvia y el caos vehicular que duro casi hasta que llegó el atardecer y se evaporó el agua.

La noche musical. El concierto de Mon Laferte, la energía desbordada de la gente, el canto desentonado y a grito herido de todas, muchas.  La impresión del coliseo lleno, la luz y sus canciones. Algunas, pocas, me sé, no mucho canté, pero sí me emocioné. Un público disfrazado, lleno de flores, lágrimas, mucho de adolescencia, otro tanto de tierna juventud y nosotros. Me quedo con la armónica, la guitarra, la voz dulce -cuando logramos oírla- y la alegría de la gente, paso de los bailarines, no me gustaron para nada, me parecieron innecesarios, pero esa soy yo.


Sucesos populares

Cierta tristeza

Sin rumbo fijo

A diario. Episodios mínimos de lo que va de la semana.