Nospi
El paso de un tiempo compartido, el poder de un querer infinito, la distancia a veces instalada y lo contagioso de las risas estruendosas nos han traído hasta acá. Así, a veces, recuerdo que nos conocimos en la última y feliz década del siglo pasado, es decir... llevamos casi treinta años de habernos cruzado en el camino. Toda una vida. Nos gustaba bastante bailar y creíamos que no lo hacíamos del todo mal, seguimos creyéndolo, pero ya no bailamos, al menos no como antes. Tomamos una que otra decisión insensata e imprudente, pero por fortuna, no tan peligrosa, o tuvimos suerte, quizá. Acá estamos.
Ahora
que lo pienso, sí que tuvimos suerte y a decir verdad los noventa no fueron una
década tan feliz. En realidad el país estaba sumido en una violencia
irrefrenable. Estadísticas demoledoras eran el pan de cada día. Saltábamos de
una tragedia a otra con una facilidad abrumadora, vivíamos en una sociedad
apabullada y, de manera sorprendente, salimos, estudiamos, nos divertimos y
seguro, también nos asustamos. El país sigue mal, el mundo también, pero es un
mal diferente, ha cambiado todo, solo que a veces se olvida... No sé. Aun así,
a pesar de... En una mañana como hoy encuentro que hay algo en las
conversaciones de ahora que me recuerda un poco a aquellas de cuando éramos
veinteañeros... algo que se siente
íntimo, no sé qué es, tal vez una suma de sueños cumplidos y muchos por
cumplir, quizá la extrañeza y el reconocimiento en una mirada, una sonrisa. Ni
idea, pero me gusta porque encontrarnos y contarnos es constatar cuánto hemos
cambiado y cuánto seguimos pareciéndonos. Incomprensible un poco. O no.