Apenas nada más
Despierto y lo primero que escucho es el canto de los pájaros y el viento golpeando ramas y ventanas. Domingo. Salgo de la cama, voy al jardín, el cielo presagia día soleado, pero se siente helado. Cuánta placidez en este pedazo de paraíso.
Un
desayuno prolongado en el que la sobremesa se extendió más allá del café. Ya
estuvo, de vuelta a la montaña. Por fin me
animé y vencí la pereza y la tentación de quedarme en casa. Regresé a la ruta habitual, anduve 14 kilómetros
con el viento intenso y el sol de compañía. El fluir del día se lleva lejos las
preocupaciones por la realidad que agobia este país, creo que el campo, aún con la sequía, me devuelve la
esperanza y la serenidad.
Hicimos
pausa al mediodía para un almuerzo en poco frugal en el pueblo, uno en el que un cayeye del
altiplano le dio un toque gourmet a la mesa.
Me gustó todo, en especial nuestro anfitrión. Fran se anota siempre un gol
con sus planes y las conversaciones alrededor del menú resultan siempre
entretenidas. Regresamos a la morada, trabajé un poco. Hice pausa con un té que
con cariño me preparó Daniel, a veces me encanta, otras prefiero el agua sola…
incomprensible.
Después… Mirar por la ventana, divagar en la terraza. La luz, la brisa, las ondulaciones del pasto largo y amarillo, la tarde que se escapa. Los pensamientos que asaltan, los posibles y los imposibles. Ideas inconexas, la suma de palabras, un acelerador que empuja nubes, que se pierden, se escapan, se deshacen en el aire. El día bonito, pero inconcluso. Apenas nada más como la canción.