Instantáneas de Palo Santo
Un breve inventario semana
santero que comenzó con el vino del viernes, precumpleaños de Pancho. El día
señalado partimos temprano, madrugamos con equipaje listo y meriendas
suficientes para llegar a destino sin detenernos. Sin embargo,
después de las primeras porciones de fruta, hicimos pausa para probar un pan de
maíz que parecía recién salido de dos inmensos hornos de barro a orilla de la
carretera. Lo más fresco no era el pan sino el pan de bono y pues
por eso nos inclinamos. Avanzamos otro tanto, pasamos la entrada a
San Juan de Rioseco y como nos había hecho falta el café, nos detuvimos en un
mirador, la Esperanza, a seguir comiendo, con lo cual, en menos de tres horas
ya habíamos tenido al menos tres desayunos.
El recorrido estuvo largo, muy
largo. Toda la ciudad salió a buscar descanso y las carreteras
estaban repletas. Pancho llegó con un año más, sumando kilómetros en la ruta y
extenuado.
Nos encontramos en Bosque
lluvioso para almorzar. Empezaba el calor, pero cerca de una ventana tuvimos
una tarde fresca con ricos platos, globos, brindis y fotos... además de una
vela, velón en realidad, con la que seguro se pueden ahuyentar a los demonios,
pera esa es otra historia. Llegamos por fin a la casa, me instalé en la hamaca,
me mecí un rato, volvimos a brindar, conocimos un poco de China y sería todo,
nos fuimos a dormir.
En la mañana del domingo salí a
ver los árboles, muchos aguacates y más guayabas. Todo en orden salvo que la
exploración, por hacer alarde de originalidad, la hice descalza por el jardín.
Sin darme cuenta interrumpí el tranquilo trasegar de una colonia de hormigas y
varias de ellas, en defensa propia, invadieron mi pie y dejaron su veneno.
Desde ese instante mi lado izquierdo se tornó en uno pesado, ampollado y
envenenado. No hubo consecuencias de inmediato, empezaron a aparecer después,
al día siguiente. Resultó excesivo, por decir lo menos.
El calor nos sacó de la
casa para un almuerzo campestre. En medio de un verde multicolor, disfrutamos
la florifauna de unos bellísimos parajes cafeteros y llegamos al no lugar,
camino a un lado, pero yendo a otro y comimos platos típicos y muchos patacones.
Tuvimos un almuerzo con arroz rico bajo una temperatura que parecía ser de mil
grados, con humedad relativa que no se quedaba atrás. De sobremesa, huyendo del
sol, nos fuimos por café bajo un cerro bravo y un roble. Había cuánta variedad
de preparaciones podíamos imaginar, malteada, granizado, limonada sin limón,
torta, capuchino, y bueno, pues probamos un poco de esto y otro tanto de
aquello.
El rastro del movimiento, del
sol y del aire del finde me tumbó el lunes... En realidad creo que fue lo que
dejaron las hormigas en mi cuerpo, pero no lo sabré, también pudo ser el exceso
alimenticio, qué sé yo, lo cierto es que mientras todos iban y venían, yo
anduve quieta comiendo hielo, acostada con el ventilador en la cara, intentando
no sentirme tan mal. Poco más.
Repetimos el corredor polaco,
bueno, Pancho lo hizo por primera vez. Estuvo entretenido, nos mojamos un poco,
nos unimos a un grupo multitudinario, nos gustó de nuevo la historia. No llevé
cámara y mi celu estaba con poquísima batería, así que apelé a la memoria como
mecanismo para conservar recuerdos, aunque alguna imagen quedó por ahí.
La compañía ocasional de
Silvestre, su andar sigiloso y precavido también protagonizó en estos días, por
supuesto también lo hicieron los turpiales amarillos con su vuelo incesante y
su cantar. Estuvimos en remojo varias veces, las tardes de jacuzzi
fueron refrescantes y también el espumoso que acompañó, puede decirse que
bebimos algo, o quizás algo más, también comimos hamburguesas caseras, galletas
chinas y mucha fruta.
Rodeados de un escenario
formidable fueron días de andar poco, escribir, estudiar, celebrar, admirar.
Sobre todo, vivir. Y compartir aprovechando el cada vez más escaso silencio, la
luz tenue, el aire suave y el canto de los pájaros, que por allá empieza antes
del amanecer.
Y así se fueron los días. Otra
semana convertida en pasado.