Escenas de la semana

Varios días de intensidad y un par de reposo en lo que va de marzo.

Comencé mes con visita teatral, unas cuantas risas viendo veinticinco cosas, identificando cada una de las enseñanzas de mi profe en la maestría, justo aquellas que no logré plasmar en mi proyecto creativo, pero que sí que sí capté en una puesta en escena estupenda con la que pasamos un buen rato, y también un poco de calor… el éxito en la taquilla nos hizo salir algo acalorados, pero sonrientes.

El finde pasado anduvo algo perezoso. Arrancamos con brunch contundente y excesos calóricos en una soleada mañana de sábado. Caminamos hasta Unicentro para unas compras que el armario del joven agradeció. Regresamos bajo el intenso rayo del sol, conversando mucho y quejándonos de la temperatura que bastante nos agobió. En medio del azul vibrante la ciudad se llena de gente, todo se congestiona y el calor se intensifica. Este fenómeno del niño ya está exagerando, sus efectos, sumados al cambio climático que avanza sin tregua, nos tienen transpirando desde el amanecer. 

Pasé en soledad una tarde sin mucha acción, tendida en la cama un rato, en el sofá otro… todo mientras la distracción me dominaba: intentaba leer un libro, compraba otro —Kindle me llevará a la ruina— dormitaba a ratos, veía una peli sin demasiada concentración, hacía como que me actualizaba en Twitter y en Instagram, curioseaba estados en WhatsApp. Así. Sí, así se fue la tarde. El domingo no estuvo mucho más activo, aunque por ahí dimos vuelta, salimos a almorzar, encontramos mucha gente en el mismo plan. Hordas de seres buscando espacio,  entrando y saliendo de los restaurantes, haciendo fila, estorbando en las calles, llenándolo todo. Logramos una mesa, no muy tranquila, ya nada es muy tranquilo, pero al menos la comida estuvo bien.  No pude ignorar los ruidos, voces altas, el sonido de los cubiertos, disfruté los plátanos cascabel con suero antes de que llegaran nuestros sus platos, comimos postre, nada memorable, y sería todo.

Comenzando la semana, el lunes, salimos temprano al recorrido habitual y alcanzamos el primer destino a tiempo, con minutos de sobra me tomé un café antes de ir por la última dosis de la vacuna aquella. Se me hizo tarde. Empeñada en luchar contra el tiempo corrí a la oficina, llegué cuando ya no me necesitaban, pero no me perdí de nada, en cambio sí perdí la mañana. Después de almuerzo el tiempo se esfumó y sin mucho darme cuenta era hora de ir por café.  Tuve una larga y entretenida conversación en los alrededores oficinísticos, me encontré con un amigo, nos pusimos al día y arreglamos un poco nuestras vidas.

La oficina consumió mi tiempo casi todos los días. Ir hasta allá me agota y siento que no hago mucho, me vuelvo improductiva. Es complicado y excesivo. Me abruma la realidad de la vida cotidiana, el acontecer diario con las luchas mundanas de siempre, el trasladarse, el buscar un almuerzo decente, el conversar un poco de trivialidades y hacer como si no lo fueran… No es terrible, por supuesto, tiene sus momentos entretenidos y genuinamente valorados, pero son los menos.

En medio de la rutina siempre hay un día al azar, uno que sorprende. Encontré un tesoro de hace quince años… amé su rostro sonriente en primer plano. Me llegó otro tesoro de hace muchos más, adoré su expresión y recordé la mirada cálida, su sonrisa y sus manos grandes y pesadas.

El jueves cambié de panorama por un ratito y me encontré con mis amigos peligrosos, cenamos y conversamos, fue un buen plan como siempre. Solo ayer hice homeoffice, salí un poco, alrededor apenas vi perros, el parque se llena de mascotas en la mañana, son divertidas, aunque creo que me entusiasman más las risas de los niños, pero están ausentes. 

Ayer tuvimos visita ilustre. Violeta pasó un rato con nosotros, nos habló de todo un poco, cantó, ayudó con el menú de mediodía, nos hizo reír y prometió visita más larga pronto.  Después nos fuimos de tarde de pizza, nos encontramos con Diego, nos tomamos foto y sonreímos alegres, él también. Fue un instante divertido.

Y eso, contarme las cosas por acá para no depender única y exclusivamente de mi memoria.



El tesoro de ha quince años

El tesoro de hace muchos más años



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Sin rumbo fijo

―denota negación―