Escapada playera

Un finde de marzo que comenzó en la tarde del viernes corriendo al aeropuerto y terminó el domingo a alta velocidad hacia el avión, uno que por fracciones de segundos casi despega sin nosotras. Nos instalamos en nuestras sillas algo sudorosas, morenas y creo que aún repletas de arena… el precio de andar de juerga a estas alturas de la existencia.



Iré hacia atrás en el recorrido… porque sí, porque por qué no! Antes de correr estuvimos risa va, risa viene, una foto antes de dejar nuestra morada temporal, otra más, una conversación ligera sobre cualquier frivolidad, y así hasta que nos dimos cuenta de que si no aligerábamos el paso, el plan de regreso cambiaría drásticamente. ¡Irresponsable! ¡Culpable! Sí, esa fui yo, no calculé bien, en realidad no calculé. A la deriva, como muchas de las cosas que hago, confiando en que el azar y el devenir estén alineados y bueno, no salió mal.

La tarde dominguera anduvo de reposo, hicimos una pausa breve bajo el ventilador, intentando superar la ola de calor que nos tenía agotadas. Antes estuvimos en la piscina, buscando sombra, hablando de esto y de aquello, de lo que nos divierte y de lo que nos preocupa, más de una cosa que de otra, claro. En medio de las risas almorzamos, dando vía libre a los carbohidratos y a las frituras costeñas… Tal vez lo único sano en todo el paseo fue el agua que tomamos, por lo demás, cero restricciones. Con vinos de regular calidad, piña colada, y algún vodka por ahí, acompañamos desayunos, meriendas, cenas y paseos por la playa.

En la mañana habíamos cambiado de playa. Mer dirigió la ruta hacia Salguero, un lugar que no conocía. Subimos por las rocas, nos entretuvimos con los cangrejos, probé una arepa de huevo insuperable, me desilusioné con la pesca con red y nos doramos un poco más, sin ruido, con poquísima gente… Ah y le dejamos algunas cosas al mar y le pedimos otras, ja, nos arrepentimos. Una entrada sinuosa al agua para abandonar algunos asuntos que se debaten entre permanecer y desaparecer y, por supuesto, contarse y sobrevivir a través de nuestras rutinas y sus historias.

Con un delicioso arroz de mariscos y un brindis con vino blanco de la casa terminamos el sábado de calor, ese día de felicidad veraniega en el que casi bailamos al ritmo de las olas y dejamos que nuestra piel se encontrara de frente con el sol. Antes habíamos estado en la marina disfrutando tonos de ensueño en un atardecer caribeño que acompañamos con algunas carcajadas. Y antes de eso habíamos experimentado esa sensación encantadora de ducha fría de media tarde después de horas de sol y algo de agua marina… ese instante de pelo mojado y mucha crema para recuperar algo de hidratación, mientras decidíamos el siguiente plan.

La tarde del día había comenzado con el almuerzo típico, uno que no había tenido por puro prejuicio, pero que sentadas en la playa, con el sonido del agua y el brillo del mar resultó casi un manjar. Más de nueve kilómetros anduvimos desde playa dormida hasta la montaña que interrumpió el caminar mañanero. Una parada estratégica a desayunar en el Irotama bajo la sombra de algún árbol, y otras varias paradas en la ruta. Una foto en la mitad del recorrido, otra tocando el agua, una más por allí y otra por acá… alguna carcajada y así, casi regresamos insoladas, muy fotografiadas y contentas con las mimosas improvisadas. Este país es diverso, inmenso e infinitamente complejo y así somos también, así nos vimos en medio del recorrido que fue cambiando paisajes y habitantes, aunque todos parecían felices, solo que a unos se les notaba más que a otros. La playa animada y concurrida en medio de un ambiente festivo se percibía más en un lado que en el otro… música a alto volumen y gritos infantiles, un tanto ruidoso en realidad…pero creo que muy contentos todos.

Y finalmente la noche del viernes, la de la llegada, la de los primeros ataques de risa. Después de confirmar nuestra belleza durante el vuelo, de ratificar que somos bonitas con y sin entonación y de prepararnos para lo que vendría en el finde nos instalamos en el apto, uno estupendo en el que habitamos en calidad de préstamo y que reafirma que a veces la suerte nos acompaña. La noche anduvo de compartir alegrías íntimas, dudas interiores, conversamos sobre todo, incluso la muerte hizo presencia, nos pusimos un tanto dramáticas, se nos pasó rápido, alzamos las copas, tomamos un vino malo, desconectamos y dimos un giro refrescante a la rutina.

Y hasta acá los recuerdos desordenados, calurosos y con muchos tipos de luz, de un par de días samarios. Ahora algunas fotos… nunca sobra refrescar la memoria cuando se desvanezcan las imágenes mentales.



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