Ayer, lunes metropolitano
Abrí los ojos antes de que
sonara el reloj. No volví a dormir. Desperté de un sueño perturbador en el que
el aire me faltó, pero curiosamente la asfixia no bloqueó del todo mi
respiración, me dejó buscar una salida pronta del lugar —uno que no identifiqué—,
y mientras tanto vi fragmentos de los últimos días a todo color, no solo días
de mi vida, del acontecer del mundo. Una fantasía que resultó frenética y
excesiva. Intenté recordarla lo más fiel posible a lo ocurrido mientras llegaba
a la oficina, pero los detalles, los que más impactan, siempre se escapan.
La temporada de azules veraniegos continua, seguimos a la deriva bajo un sol que resplandece. Aunque hoy el día comenzó gris, la dicha de un cielo sombrío duró poco, en la tarde volvió el calor. La jornada del día tuvo conversaciones varias, de todo tipo: relajadas, divertidas, laborales; un almuerzo de confesiones, de esos que hacemos en petit comité, un desahogo laboral que hace bien y además celebramos un cumple; también fue un lunes destellos inesperados, pero breves. Escapé temprano, evité la congestión. La ruta estuvo suave, a veces la ciudad no es del todo caótica, cosa que agradezco.
Me
tienta abandonar los placeres mundanos y retrasar el paso del tiempo, pero no
he podido siquiera dejar el chocolate, el pan o el queso. Me resultó fácil hace
unos años, pero ahora me gustan más. Con vino mejor. Así que anoche
aguanté la tentación y serví otra copa y repetí empanada. Tal vez pueda con un
ayuno semanal mensual. Quizá intente de nuevo correr. O no.
Nunca he tenido éxito en aquello de acelerar el paso a pesar de que he puesto
todo mi empeño. Tal vez solo sigo en aquello de hacerme la vida simple y tan
tranquila. Bueno, aunque ayer nos dio casi la media noche…y eso a estas alturas
es exceso nivel Dios.